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¿Pero para qué necesitamos el arte?

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Por José Fernandez Vega

Entre 1959 y 1976 Gombrich llegó a dirigir el Instituto Warburg, cuya impresionante biblioteca fue trasladada de Hamburgo a Londres tras la toma del poder por los nazis en 1933. Venerado entre los especialistas por sus contribuciones a la comprensión del Renacimiento, Gombrich publicó en 1950 una Historia del arte que se volvió muy popular, vendió millones de ejemplares y se tradujo a decenas de idiomas. Su vasta cultura artística, filosófica y literaria tenía una inclinación pedagógica y estaba dotada de una pluma privilegiada. Entre los ensayos compilados en Variaciones sobre la historia del arte , un volumen que también reúne entrevistas, reseñas y obituarios, el autor presta particular atención al estilo literario de los clásicos. Claridad, elegancia y eficacia persuasiva fueron notas distintivas de la retórica de los antiguos. Resulta evidente que la escritura de Gombrich rinde tributo a esa tradición que conjuga ironía, precisión y una fluidez sin estridencias mientras vuelve transparente lo complejo. La poeta Mirta Rosenberg ofrece la traducción más depurada posible de ese estilo a nuestro idioma.

Otro de los propósitos de Gombrich fue asociar la retórica con la crítica y la literatura con las artes visuales. Buscaba así responder a la cuestión de cómo es posible hablar (o escribir) sobre las imágenes. A lo largo de su libro se abordan problemas muy variados. La importancia de la historia para la formación de los artistas, las diferencias entre arte y artesanía, las polémicas sobre las ventajas y los perjuicios de la restauración de las viejas pinturas, el arte infantil o la fascinación por el primitivismo son apenas algunos de ellos. El autor no puede ocultar cierto irónico distanciamiento liberal-conservador respecto de la cultura contemporánea. La deconstrucción y el posmodernismo son víctimas de rápidas crueldades. Más importante, el arte del siglo XX no parece atraerlo; de hecho, le dedica drásticos comentarios. Marcel Duchamp le resulta lamentable, el cubismo es un engaño, Andy Warhol y los artistas del pop son unos cínicos. Su compatriota Oskar Kokoschka y el fotógrafo Henri Cartier Bresson son algunos de los (pocos) nombres a salvo de la demolición. Los impresionistas –sostiene– fueron los últimos en aplicar visiones científicas al arte. Una erudición en apariencia ilimitada le permite a Ernst Gombrich evocar el desarrollo de la cerámica italiana con el fin de competir con la porcelana china, cuyos secretos de producción no se revelaron en Occidente hasta el siglo XVIII, para luego pasar a la disputa sobre la primacía del dibujo o del color en la pintura, que se remonta al siglo XVI cuando Giorgio Vasari contrapuso el procedimiento de los maestros florentinos al de los venecianos. Pero esta sabiduría fáctica está siempre enmarcada por la teoría.

Gombrich discute con la historiografía conceptual de su gran colega alemán Erwin Panofsky, otro seguidor del excéntrico y notable Aby Warburg, y en sus aproximaciones al arte del pasado se inclina por interpretaciones provenientes de la psicología de la percepción por sobre las sociológicas, aunque no siempre, y para su beneficio, sigue al pie de la letra esta concepción, como lo pone en evidencia su estupenda pieza sobre la caricatura.

Más constante y sistemática es su hostilidad hacia el hegelianismo, un repudio inspirado en los argumentos contra el historicismo que expuso Popper. Gombrich extrajo de ellos ciertas conclusiones. La primera y principal es el rechazo a cualquier visión totalizadora como base para el estudio de las distintas épocas. Una provocativa versión de este postulado se encuentra en la primera línea de su Historia del arte , donde asegura que no hay arte, sino sólo artistas. Una deriva política de esta manera de pensar la condensó, años más tarde, Margaret Thatcher cuando afirmó que no hay sociedad sino sólo individuos.

Otra conclusión anti-hegeliana es la negativa a aceptar la noción de vanguardia, que Gombrich considera incitada por la presión mediática a favor de la promoción de lo nuevo, indiferente a su valor intrínseco, y con el fin de convertir al arte en mero espectáculo de consumo.

¿Pero para qué necesitamos el arte? Lejos de las típicas justificaciones políticas desplegadas durante la explosiva época que le tocó vivir, cuyas reverberaciones lo lanzaron a la emigración, Gombrich respondería, con Haydn, que el arte nos aporta un poco de solaz y de goce en un mundo de penurias.


Ficha:

Variaciones sobre la historia del arte. Ensayos y conversaciones
Ernst Gombrich
Traducción de Mirta Rosenberg

 

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela