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27 Abr 2024
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Por Ana María Vara

Pero ¿quién era Ulrich Beck? Nació en 1944 en la ciudad alemana de Stolp, que es actualmente la ciudad polaca de Slupsk. No hablaba de la Segunda Guerra Mundial y puede decirse que, en general, su pensamiento es el resultado de la Europa integrada, reindustrializada y próspera, que debe lidiar con las complicaciones derivadas de la abundancia, antes que con las de la carencia. Y sin embargo, alguno de los fantasmas de esa tragedia todavía debía de azuzarlo como para inducirlo a alertar recientemente sobre los peligros de una "Europa alemana", sobre esa Alemania que se convirtió en un "imperio accidental" como consecuencia de la crisis económica iniciada en 2008. Y a defender con fervor la continuidad de la Unión Europea, una institución que convirtió en vecinos a los antaño enemigos. "En el contexto de la historia de Europa, esto constituye en realidad una suerte de milagro", reflexionaba.

Comenzó estudiando derecho y después pasó a la filosofía y de allí a la sociología. El cambio se originó en un momento de iluminación, un insight, como dice cierta vulgata psicológica. La anécdota la recuerdan Mads P. Sørensen y Allan Christiansen en un capítulo del volumen conmemorativo de la editorial Springer, Ulrich Beck. Pioneer in Cosmopolitan Sociology and Risk Society (Ulrich Beck: pionero en sociología cosmopolita y sociedad del riesgo), publicado en 2014 y todavía no traducido al español. Mientras caminaba por la ciudad de Freiberg, un joven y poco leído Beck llegó a la conclusión de que no era la realidad aquello sobre lo que podía pensar, sino que tenía en su cabeza apenas una visión de la realidad. Pronto un compañero de estudios le explicó que su idea no era original: algo similar había dicho el filósofo Immanuel Kant unos doscientos años antes. Beck disfrutaba de contar la historia, bajándose del pedestal y, a la vez, compartiendo con sus interlocutores un momento crucial en su búsqueda intelectual.

Progreso y apocalipsis

Aunque sus aportes al estudio del presente fueron diversos, su nombre está asociado sobre todo a un concepto, el de "sociedad del riesgo", que captura el dilema de las sociedades industrializadas. La ciencia y la tecnología traen beneficios y desgracias: multiplican el trigo, pero también el veneno. Como resultado, vivimos en una suerte de vaivén, o mejor, de ambivalencia: los problemas provienen de los triunfos. Controlamos el átomo y podemos extraer su energía infinita, pero también exponernos a accidentes como los de Three Mile Island, Chernobyl o Fukushima. Y si el auto es nuestra libertad y el petróleo nuestro impulsor, el cambio climático puede convertirse en nuestro apocalipsis. Así comienza la obra clave de Beck, La sociedad del riesgo, publicada en alemán en 1986 y traducida al inglés en 1992, cuando ya había vendido en su idioma 60.000 ejemplares:

En la modernidad avanzada, la producción social de riqueza es sistemáticamente acompañada de la producción social de riesgos. Como consecuencia, los problemas y conflictos relacionados con la distribución en una sociedad de escasez se superponen con los problemas y conflictos que surgen de la producción, definición y distribución de los riesgos producidos por la tecnociencia.

Los bienes y los males se producen de manera simultánea, inevitablemente unidos unos y otros. La tecnología da y la tecnología quita: eso es la sociedad del riesgo. Una sociedad que, por lo tanto, está condenada a la deliberación constante, a ponderar beneficios y riesgos de cada avance: una modernidad "reflexiva", otro concepto central en Beck, que compartía con autores como Anthony Giddens. No es posible resolver los dilemas de hoy de forma simple. Por un lado, no podemos volver a las cavernas, abandonar las tecnologías que nos trajeron hasta aquí, desde la producción de energía hasta las vacunas, la potabilización del agua, los antibióticos, las computadoras. Por el otro, no es honesto acusar a los ecologistas de retrógrados, habida cuenta de que los impactos negativos de muchas tecnologías son patentes, y cuando nuevos desarrollos se proponen como alternativas para solucionarlos.

En una nueva versión del mito de Sísifo, estamos condenados a escalar el monte de las ideas con nuestras piedras innovadoras, aunque sepamos que cada vez podemos volver a caer, cuando la solución de ayer se convierta en el problema de hoy y la amenaza de mañana. Así, en 2007 Beck precisaría su noción clave en La sociedad del riesgo mundial:

la dinámica de la sociedad del riesgo no consiste tanto en asumir que en el futuro tendremos que vivir en un mundo lleno de riesgos inexistentes hasta hoy, como en asumir que tendremos que vivir en un mundo que deberá decidir su futuro en unas condiciones de inseguridad que él mismo habrá producido y fabricado.

En la segunda parte de la cita está lo esencial, una intuición sobre la que Beck seguiría trabajando: el énfasis en nuestra capacidad de decidir y de hacer. El riesgo es la alarma: no la catástrofe, sino la "anticipación de la catástrofe". El riesgo nos impulsa a actuar y, por lo tanto, nos cambia. Por vía de la reflexión y ante la inminencia del daño, el riesgo representa una fuerza potencialmente transformadora. Nos sentimos urgidos, compelidos a intervenir. El riesgo así entendido nos convierte en actores políticos, ya que por definición trasciende las soluciones individuales.

Ante las desigualdades

El trabajo de Beck no pasó inadvertido. Pronto se convirtió en un autor comentado, criticado, retomado. Otro aporte fundamental fue la teoría de la individualización, que desarrolló junto a su colega y esposa Elisabeth Beck-Gernsheim. La noción de "individualización" destaca la transformación de una sociedad de roles fijos, en que las personas se encuentran contenidas en instituciones como la familia, la escuela, el trabajo; a una sociedad de roles cambiantes, que nos lleva a tener vidas más fluidas como consecuencia, en gran medida, de fuerzas globales. Se refiere a la necesidad, mediada por un mercado de trabajo inestable, de desarrollar "la propia biografía y separarse de las regulaciones colectivas", pero también tiene que ver con el "régimen del mercado global que fuerza a los individuos a pensar su interés personal como el centro mismo de la racionalidad".

Beck llegaría a ser uno de los autores más influyentes del último tramo del siglo XX y los primeros años del XXI. Sus ideas se fueron enriqueciendo y afinando con los múltiples diálogos que entabló. Cambió, por ejemplo, su mirada sobre los países en desarrollo, a los que inicialmente había considerado excluidos de la dinámica del riesgo, en la medida en que los creía más preocupados por las ventajas del progreso que por sus amenazas. En la misma lógica y con la mirada puesta en la nube de Chernobyl que sobrevolaba Europa, también dijo en sus comienzos que el riesgo es "democrático", en la medida en que no puede circunscribirse a una jurisdicción o un grupo social: las partículas radiactivas llueven sobre todos.

Con los años, sin embargo, Beck fijó su atención en las desigualdades y las exclusiones a nivel global, trazando las rutas de ida de los beneficios y de vuelta de los riesgos, en la dinámica de la relación entre países menos y más poderosos. En esta mirada más madura, riesgo y poder se convirtieron en las dos caras de una moneda, la del capitalismo global, responsable tanto de la exportación de industrias contaminantes a los países del Sur global (con emblemas como el desastre de Bhopal en 1984, que dejó miles de muertos y medio millón de personas afectadas) como de una nueva concentración de la riqueza. Así, al referirse a los resultados de la reciente crisis financiera, señaló que estamos ante "la redistribución del riesgo, desde los bancos, a través de los Estados, a los pobres, los desempleados y los ancianos". Una "nueva y sorprendente inequidad".

Sus ideas se expandieron y fueron incorporadas en investigaciones sobre las políticas de defensa, el mercado de trabajo, las inequidades de clase, el derecho y la justicia, el análisis del terrorismo, los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, la política ambiental, los estudios de género y familia. También fueron importantes sus aportes a la teoría sociológica en general, donde dejó además dos mandatos: abandonar el "nacionalismo metodológico", es decir, el estudio de las sociedades dentro de las fronteras nacionales, una tendencia muy arraigada en Europa y Estados Unidos; y esforzarse por pensar el cambio, en lugar de la reproducción de lo mismo.

Con todo lo exitoso que llegó a ser en el mundo académico -fue uno de los autores más citados por sus colegas, con doble afiliación en la Universidad de Munich y en la London School of Economics, más posiciones honorarias en la Fondation Maison des Sciences de l'Homme, de París, y en la Universidad de Harvard-, lo cierto es que era también un nombre de la casa en diarios europeos como Frankfurter Allgemeine Zeitung o Der Spiegel, pero también La Repubblica, El País, Le Monde y The Guardian. Escribía para todos, acercando su palabra en los debates urgentes, desde el abandono de la energía nuclear en Alemania hasta la denuncia del excesivo poder de Angela Merkel, a quien acusó de incurrir en "merkiavelismo" por el modo de imponer políticas de austeridad a los países deudores, mientras seguía políticas de estímulo en casa.

Su última preocupación era el cambio climático, y estaba analizándolo como caso central en relación con su teoría de la globalización, para la que desarrolló conceptos nuevos. Dirigía un proyecto de investigación financiado por el European Research Council, el opulento ERC, de más de dos millones de euros por cinco años. Había comenzado en 2013 e incluía investigadores de Alemania, Gran Bretaña, Dinamarca, Estados Unidos, Australia, Israel, Corea, China, Japón, Argentina y Brasil. Cosmo-Climate Research Project -o Cosmopolitismo metodológico: en el laboratorio del cambio climático- buscaba indagar en esta era de la "cosmopolitización", que entendía como un proceso de inclusión forzado, inevitable, pero que trae un "horizonte normativo de equidad", una expectativa de cambio de las actuales estructuras e instituciones globales marcadas por la inequidad y las relaciones de poder. En este sentido, valorizaba especialmente el nuevo régimen mundial de derechos humanos, que veía como un avance hacia el desarrollo de "normas globales de equidad".

Beck pensaba que la toma de conciencia ante un "destino compartido" en relación con las incertidumbres derivadas del cambio climático y otros graves fenómenos globales, como la crisis financiera estaba generando una "metamorfosis del mundo", apelando a la palabra alemana Verwandlung, la misma que designa el cambio de gusano a mariposa y la misma que usó Kafka para hablar de Gregorio Samsa.

"La escala del cambio supera nuestra imaginación", sostiene en un artículo publicado en el número de enero de la revista académica Current Sociology, una de las más reconocidas de la especialidad. Más allá de las viejas oposiciones, propone: "La idea de que somos los amos del universo ha colapsado totalmente. En la era del cambio climático, la modernización no es acerca del progreso, ni acerca del apocalipsis. Ésta es una falsa alternativa. Es, en realidad, acerca de algo 'entre medio'".

Estamos en un tiempo de "catastrofismo emancipatorio", cuando los efectos no anticipados de nuestras decisiones nos liberan de preconceptos y nos obligan a repensarlo todo. Sí, una vez más, en contra de las pasadas modas posmodernas y de las propuestas de conformismo neoliberal, Beck proclama: "¡La historia está de vuelta!". Por eso su preocupación sobre cómo pensar el cambio en la teoría sociológica.

Había presentado ese trabajo en julio pasado, en la ciudad de Seúl, donde en apenas una semana multiplicó sus apariciones académicas y públicas, contribuyendo a la creación de una red de investigadores del sudeste asiático, debatiendo con el alcalde de la ciudad, dando numerosas entrevistas a la prensa y comentando las presentaciones de sus colegas en el proyecto Cosmo-Climate. Una vitalidad desbordante que la noticia de su muerte vino a desmentir. "Como un rayo en cielo despejado", en la dolida metáfora de un colega. Quedan sus decenas de libros, sus más de 150 artículos, la memoria de su generosidad y su inteligencia liberadora.

 

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