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Servicio de lectura

Lectura de manuscritos y tutorías para obra en curso 

Servicio de lectura


Por Christian Estrade y Ernesto Bottini

- ¿Cómo ha ido la recepción junto con José María Marino?

- ¡Qué hombre generoso! Realmente fue la primera persona que me saludó con cariño aquí en España. Es una lástima, porque no conozco todavía su obra. Fue una semana muy intensa, con muchos encuentros con lectores, o potenciales lectores. Me gusta mucho este país, y Madrid. Mi recuerdo no es de una ciudad tan moderna como es ahora. Tengo con esta ciudad, y con el país, un vínculo musical. Yo cantaba mucho en mi infancia, en casamientos, piezas como el Ave María de Schubert. Una vez canté en un entierro. Para mí la literatura es una derivación de la música. Cuando era niño en los años ‘50 y ‘60, escuchaba a gente que cantaba -bien o mal, esa es otra cosa-, gente como Joselito, Sarita Montiel, Marisol... Era fanático de esas figuras, porque como dije, me gustaba mucho cantar, y en la adolescencia entré en crisis, en especial con respecto a la música. La música exigía un aprendizaje, una entrega muy intensa. Tocaba el piano para acompañar el canto lírico. Veía a los muchachos jugando fútbol a través de la ventana y eso me desconcentraba. Pero hasta hoy he escrito siempre con la música, oyendo música.

- Siguiendo con la relación que hay entre su escritura y la música, háblenos un poco más sobre este vínculo.

- Respecto de la música yo siento que la literatura tiene una desventaja, porque la literatura es un arte intelectual, y la música no materializa ideas. No me estoy refiriendo, claro está, a las letras de la música. Tengo para mí que la literatura no podría hacer eso, ser menos intelectual, estar más expuesta al ritmo, a la cadencia, al reino de la sintaxis en sí mismo. Porque es la sintaxis lo más parecido a la música, al ritmo, a la cadencia, a las conexiones de ideas. Utilizo muchas oraciones coordinadas, y uso muy poco las subordinadas. Es una adición, una zona feroz, sin jerarquías entre las oraciones. ¿Por qué es esto? Porque mi sintaxis tiene frases muy largas, de una o dos páginas muchas veces. Ellas están queriendo expresar la prisa, el carácter urgente. Las cosas no son en el arte como en la vida (con el reino de la informática, etc.). Ese aspecto urgente se traduce en estas frases largas. Yo quiero decir todo al mismo tiempo, preciso alargar, postergar un poco el punto gramatical. No hay tiempo para el punto.

- En este sentido, y teniendo en cuenta su relación con la música y la importancia que usted da a al sentido musical de la prosa, surge la inquietud de saber si usted trabaja con la musicalidad de la prosa, de la sintaxis, de forma instintiva, si responde a una cadencia que tiene en mente. ¿Hay un método o es instintivo?

- Es instintivo. Mi literatura es pulsional. No consigo programar nada sobre un libro que quiero escribir. Comienzo el libro ante un vacío, como si estuviese ciego, y mis manos van solas sobre el teclado del ordenador. De repente siento que encontré el tono que esperaba del libro sin saber qué estaba esperando. Cuando termino la primera versión de la narración vuelvo al principio para modificar algo que fue sólo un calentamiento. El primer momento es de calentamiento.

-¿El trabajo de corrección viene una vez que terminas o es progresivo?

- Hay un arduo trabajo de corrección sobre el texto. Soy un escritor instintivo, aunque trabajo mucho el aspecto artesanal. Porque en mi juventud me sometí a un tratamiento psicoanalítico. Y para mi actividad la relación automática entre las ideas fue realmente para mí un descubrimiento muy excitante. Y este método psicoanalítico lo llevé a la literatura. Hoy siento eso. No programo, pero años atrás me di cuenta que es siempre el mismo protagonista. Siempre el mismo. No hay una secuencia explícita. En un libro puede ser escritor, en otro actor -amo el trabajo de los actores, esa posibilidad de ser otro, en mis libros trabajo mucho con esa idea, ese deseo de ser otro. La conciencia de que uno es muy provisorio, insuficiente. Trabajo con la insuficiencia para comenzar un libro. Ya fui en otros libros un sujeto más barroco, más excesivo, como en A Fúria do Corpo, donde la gran figura era una figura femenina, una diosa. Es la historia de dos mendigos, un hombre y una mujer que caminan por las calles. La calle es el mayor escenario de cuerpos. Los personajes están desfamiliarizados, no tienen vínculos con nadie, y por tanto sólo les queda la calle. Como en las películas de Charlie Chaplin. Siempre en la calle, y cuando aparece la policía les surge una pequeña paranoia. Saben que su vida no es exactamente la vida permitida por las autoridades. Están realmente en un momento muy singular. No sé qué les sucederá a ellos. Solo sé que este protagonista es un hombre, sin nombre, sin fisonomía... Y este hombre vive en mí. Este hombre me habita. Quisiera decir que no soy alguien que haga autobiografía. La novela es otra cosa. Claro, un escritor como yo, dentro de esta atmósfera, trabaja con sus propias obsesiones. Pero este protagonista no soy yo; ese personaje es ese hombre que habita en mí. Y no quiero que ese hombre muera porque si muere muero yo también. Y solo me queda cultivarlo...

- Es un ejercicio de exorcismo...

- Si. Pero ese hombre existe, puede ser una cosa imaginaria, pero existe.

- En Lord y en Harmada, la calle es un espacio donde transcurre la peripecia de los personajes, tanto mental como física, es el espacio de lo uno y lo múltiple, de lo material y lo imaginado...

- Yo no soy un psicologista, eso no me interesa. Yo quiero que mi protagonista sea todo el mundo y nadie. Porque es una modalidad bastante común en la literatura occidental, ese deseo profundo de no ser, porque a veces esos personajes están al límite del aborrecimiento,  de las tensiones brutales, porque en el espacio público las tensiones son brutales. Es un espacio público. Ellos no tienen realmente un espacio privado. La calle es un espacio central en mi ficción. Me gusta mucho andar, caminar por las calles, es algo que hago a menudo, que sale de mí de forma espontánea. La suspensión de las cosas. Uno está con todo el mundo y al mismo tiempo solo. No está obligado a tener un papel social y a relacionarse con todo el mundo. Somos misántropos, a veces, ¿no?

- “Yo necesitaba saber en qué animal me convertía en la condición autónoma”, dice en  A cielo abierto. Me pareció que ese personaje se lanzaba de manera compulsiva para descubrirse a sí mismo, para refundarse. Y al mismo tiempo me recordaba relatos de Jean Genet, con sus personajes que se abren al  mundo, al cosmos, como el personaje de ACA, y que encuentra cuerpos, y más allá de los espejos que le reenvían imágenes, o del cosmos que le puede dar sensaciones, son los cuerpos los que le van a permitir construirse.

-Hay mucho de eso. Mi más reciente libro es Acenos e Afagos. Es la metamorfosis lenta de un hombre para convertirse en una mujer. Cuenta una relación entre dos chicos en la escuela. La novela comienza con una lucha erótica, entre los dos. Y existe una pasión que sólo va a acabar con la desintegración de su materia. Son enterrados uno al lado del otro. Pero el ansia de vivir no se extingue fácilmente. Hay un residuo de existencia por debajo de la tierra. Eso es lo que hoy me hace escribir, la repugnancia que le tengo a la muerte. Cuando uno tiene sesenta y dos, o sesenta y tres años, como yo, y comienza a pensar que esa maldita se está aproximando... es que no aguanto esa conciencia. Está esa frase famosa atribuida a William Faulkner, que dice que entre el dolor y la nada se prefiere el dolor, y a mí me pasa lo mismo. Me rebelo contra la muerte. El hijo de uno de esos personajes protagonistas empieza a ser transformado en lobo. Hay una cierta tensión, una libido fuerte, una rivalidad tremendamente fuerte entre el hijo y el padre. Esta rivalidad en determinado momento es vivida con mucha exasperación libidinal. Tal vez porque fui educado bajo el peso de la religión católica que me marcó mucho. Ayudaba al padre en la misa, cantaba. Hoy considero que el impulso sexual es la cosa más vital, es lo que me consuela. Somos como animales. Hay nostalgia de lo animal. Hay una nostalgia de ser lo que uno no es, de ser alguien que no es yo, y eso se revela con mucha nitidez. En Lord, lo que aquel hombre está haciendo en Londres es eso, él quiere ser otro; se cansó de sí mismo... Cuando aparece la pareja al final del libro, el protagonista despierta, va al espejo y ya no es más él, es la pareja que está en la cama.

- Algo de esto también hay en su novela A cielo abierto, en el olvido del pasado, y la permanencia de los yoes residuales del pasado. Háblenos sobre el personaje y el acto de terrorismo.

- Él está desterrado en ese momento, no se sabe el nombre del país. El acto terrorista sucede en la comisaría. Es preciso recordar que yo soy un hombre que en mi juventud, en los años ’60 y ‘70, la mística de la destrucción es muy poderosa. Yo era un amante de Marcuse, de la escuela de Fráncfurt y muy impregnado en el tema de la negación. Nos hacía ver en sus ensayos sobre el arte del pasado, que mantenía en la sociedad el tema de la negación del padre. Y Marcuse piensa también el tema de la neurosis. Piensa que la obra teatral de Tenessee Williams trata de neuróticos. Yo me identifico plenamente con la obra de Marcuse. No quiero hablar de neurosis, de clase media; yo soy un poco amnésico, medio esquizo. Las  verticalidades de la locura son otras hoy, más radicales; no digo que sean buenas las locuras. Qué puede hacer la psicología para la literatura. Entonces digo que mis libros tratan todo el tiempo de la negación, nada me da más placer que esta disposición de los días. Los días tienen una disposición terrible. Por la mañana tienes que hacer esto, por la tarde aquello, por la noche otra cosa, estipulada, y es una constante tensión para mis pobres  personajes. Ellos son seres eminentemente contemplativos, no se pliegan a las ansiedades de la acción y la producción, como yo.

- Teniendo en cuenta que usted ha sido monaguillo, acompañante lírico en alguna misa, y que ha dicho “hoy ya soy ateo”. ¿Es este ateísmo el resultado de un proceso penoso, ese “ya ser”?

- Yo diría que hoy en día soy un ateo, pero si fuera realmente ateo no tendría ese conflicto con la muerte. Realmente yo escribo porque Dios no existe.

- ¿Es un descubrimiento de la escritura o es un punto de partida de la escritura?

- Es un descubrimiento de la escritura. Soy un hombre muy dedicado a la literatura. Y un hombre dedicado a la literatura de esta manera es un hombre disfuncional.

- Es una especie de deidad también...

- Mi pasado católico como niño y adolescente hace que hoy sea un escritor metafísico, quiero la elevación. El arte que me interesa es un arte de elevación.

- Hablando de elevación, y aprovechando que está en España, ¿cuál es su relación con los poetas místicos, con San Juan de la Cruz y Santa Teresa?

- Tengo una relación muy cercana con Santa Teresa, menos con San Juan de la Cruz. Uno cree en la posibilidad de lo imposible. Esa vía me parece que sigue siendo muy importante... Personalmente no voy a encontrar nada por ese camino. Pero no quiero existir sin la posibilidad de esa elevación. Este clima de Occidente está bastante presente en mis libros. La única manera de que las personas se mantengan vivas es justamente a través de la promesa de la elevación, de la comunión. No soy un hombre muy sociable, pero percibo con vehemencia que los lazos entre las personas son algo admirable.

- ¿Cuál es la línea o tradición metafísica en portugués?

Luis de Camões y Drummond de Andrade, poeta que murió en los ‘80, que para mí y para muchos era un gran poeta. Andrade tiene un poema enorme, bellísimo, uno de los poemas más grandes que se han escrito, que se titula “A Máquina do Mundo”. Pero eso es imposible de lograr, aunque puede generar un bálsamo.

- La capacidad de trascender de la poesía metafísica, de nombrar lo innombrable...

- Paradójicamente considero que este genio metafísico puede huir de la materialidad, del aspecto carnal, y los grandes momentos de mis libros, un nuevo propósito para la vida de mis personajes es un enlace carnal. Porque existe realmente esa dicotomía entre asumir la muerta, esa relación de la muerte con el orgasmo es muy antigua. Siempre que mis personajes van a procurar el cuerpo de los otros, tienen un poco de miedo también, se pierde la idealidad carnal del otro. Los franceses hablan de la “pequeña muerte”. No es posible vivir sin la posibilidad de fusión. Creo que la gran fusión entre dos seres, o con entre un ser y la polis, es muy importante en occidente. Mis personajes siempre consideran que a través de la materialidad del otro se encontrará un buen camino. La gran tragedia es la imposibilidad de la fusión. Eso está obsesivamente presente en mis libros.

-  En Harmada los personajes aparecen marcados de múltiples maneras. Hay en todos ellos alguna magulladura. ¿Hay una relación entre las heridas y la fusión con los otros?

- Tal vez en mi biografía se pueden leer algunos orígenes de estas heridas. Con quince o dieciséis años tuve una crisis fortísima, no quería ir más a la escuela. Me escondía en la literatura, porque coincidió en ese tiempo con el descubrimiento de la literatura. Estuve internado un mes en una clínica psiquiátrica porque era el hombre más disfuncional (risas incontenibles y dilatadas). En esa época empecé a caminar por el mundo; la gente en mi casa pensaba que iba al colegio. Quería vivir y aquello me aplacaba un poco, no soy de aquí ni de allá, estoy siempre en movimiento,

- ¿Qué encontraba en esos paseos?

- Era una manera de huir del horario del colegio hasta que los padres se dieron cuenta de que yo no iba al colegio. Y eso yo considero que es fruto, producto, de la iglesia católica. Esa crisis profunda. Porque me llevaron a la clínica; estaba en la adolescencia y estaba sintiendo la atracción homosexual. Y eso era un sufrimiento porque no podía encajar esa verdad mía en algún modelo familiar o en el de los padres de la iglesia. En ese momento me sentía muy aislado, no sabía cómo ponerme el sombrero y sentarme a conversar.

- ¿Ha cambiado mucho en Brasil esa situación con respecto a la homosexualidad?

Lo que acabo de contarles, lo comenté en bastantes entrevistas. Pero yo crecí en el extremo sur de Brasil, cerca de Argentina y Uruguay, que es una región extremadamente machista. Rio Grande do Sul es un Estado con dos fronteras, y por aquél entonces los hombres eran centinelas. Una tierra agropecuaria con un folclore muy machista, y yo estaba intentando salir de ella. Gran parte de mi vida adulta la he pasado en Río de Janeiro. Pero dejé Río para tener más tiempo para escribir, porque es una ciudad muy dispersiva.

-  ¿Cuáles son sus filiaciones?

Admiré a un gran escritor muy conocido, llamado Erico Verissimo, que escribe una novela épica sobre cómo comenzó la civilización gaúcha. Jamás pensé en hacer una literatura  parecida a la suya, épica, mostrando la lucha en el campo gaúcho, una literatura de fundación. Hablé de él porque es casi un estigma. La literatura que me interesa es la literatura de la voz, que ilumina la voz del protagonista, esa cosa de revelar las impresiones, las percepciones del personaje. Yo considero esa literatura en la que me desenvuelvo. Dentro de esa línea apuntaría a Albert Camus, incluso al Sartre de Les mots, es un estilo absolutamente marmóreo. El existencialismo tuvo gran influencia sobre mí.

- Para terminar, ¿a qué autores contemporáneos destacaría?

- Hay escritores que están surgiendo.... una especie de renacimiento de la literatura brasileña, con esa generación de 30 años, como Marcelino Freire y Daniel Galera. Pertenecen a una generación que se reúne, que se ven con frecuencia. Yo no tuve eso cuando empecé a publicar. Y de mi generación destaco a Sérgio Sant’Anna, que es un cuentista excepcional.

 

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                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela