Gurnah en la dianaLa concesión del Premio Nobel de Literatura 2021 al escritor de origen tanzano Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948) ha dejado en evidencia aspectos reveladores sobre el comportamiento y la factura del campo cultural contemporáneo. La elección del premiado cada año pone en movimiento debates y juicios que se precipitan al calor de la mención de un nombre. Defensores y detractores se baten de inmediato en la arena de la opinión, periodistas y críticos literarios indagan en sus biografías y en sus obras y elaboran argumentos a favor y en contra del autor o la autora de turno. Se discute sobre un prestigio que en definitiva se sostiene en la expectación y el seguimiento, tanto de aquellos que cuestionan la autoridad del Premio como de quienes la aceptan y la fomentan. Todo ello, sumado a la respuesta comercial y de circulación que obtiene ipso facto la obra de los galardonados, hacen que el Premio Nobel sea indiscutiblemente el premio de literatura más importante del mundo.

 

Antes de que se hubiera apagado por completo la polémica sobre la elección de Bob Dylan (¡todavía hay quien piensa que las letras de canciones no son literatura!), y de que se hubiera despejado el escándalo del affaire interno del jurado del premio, llegó el nombre para el año 2021: Abdulrazak Gurnah. Y con él la respuesta lenta: en el ámbito de la lengua castellana solo existen tres de sus títulos traducidos (todos ellos por Carmen Aguilar): Paraíso (El Aleph, Muchnik Editores, 1997),  Precario silencio (El Aleph, Muchnik Editores, 1998) y En la orilla (Poliedro, 2001). Las editoriales de referencia están desaparecidas, los libros descatalogados y la circulación de esos libros fue en el momento de su publicación muy modesta, tibia, indiferente podría decirse.

 

Aquí los primeros rasgos que la elección de Gurnah dejó en evidencia sobre el estado actual del campo cultural en lengua castellana: en las redacciones no había músculo para responder a la noticia, los lectores no contaban con referencias para pronunciarse y los sellos en cuestión, que manejaban un catálogo capaz de dar cabida a esta «rareza» de alto interés literario, hace tiempo que dejaron de operar en el tejido editorial. La respuesta fue lenta porque el periodismo cultural, el periodismo literario en lengua castellana más específicamente, no tenía material para tapar el agujero que el nombre de Gurnah de repente había abierto. No se contaba con críticas, reseñas, artículos, perfiles o comentarios en las hemerotecas (como sí las había en el ámbito anglosajón, por razones obvias: Gurnah escribe en inglés y vive en Inglaterra desde el año 1968). Sus libros habían pasado sin pena ni gloria. Hasta tal punto se produjo el vacío, que las principales cabeceras españolas recurrieron a una tuitera venezolana que en el año 2013 escribió en su cuenta lamentándose de que el jurado de aquel año no hubiera elegido a Gurnah, y llamaba a sus miembros, muy en consonancia con las formas expresivas de Twitter, «TARADOS». Ese año la ganadora del premio había sido la escritora canadiense Alice Munro. Eso era todo, no había mucho más de dónde rascar. Los contados especialistas en literatura africana en los que se encontró eco afirmaron de manera unánime la calidad y el interés de su obra.

 

Las consecuencias nefastas de este efecto de vacío son las que alertan sobre otras evidencias preocupantes, ya no solo del campo cultural contemporáneo sino de cierto tono o discurso social más o menos extendido en el presente. Empezaron a circular a velocidad ultrasónica prejuicios y conclusiones un tanto conspirativas: que si había otros autores africanos más merecedores del premio (¡sin haberlo leído!), que si el premio estaba elegido de forma caprichosa para cumplir con una supuesta cuota de progresismo de cara a las minorías oprimidas. Se usó parte de la motivación del fallo («su penetración inflexible y compasiva de los efectos del colonialismo y los destinos de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes») como supuesta prueba de la indiciaria corrección política (una especie de algoritmo alimentado por la «cultura de la cancelación» del hombre blanco) que habría inspirado la elección de Gurnah. La realidad es que la última escritora negra premiada con el Nobel fue Toni Morrison, en el año 1993, y por tanto la insinuación del peso de las cuotas raciales, sostenida desde la ignorancia total de la obra, se convierte en una sugerencia con trazas inequívocas de racismo.

 

Quizá la única reacción sensata de un medio cultural que ignora las cualidades de la obra del premiado sea el sosiego y la lectura, la elaboración razonada del criterio, la prudencia en el juicio, la valoración a partir del conocimiento de causa. En definitiva, la inteligencia.

 

ERNESTO BOTTINI