Rescate de Carlos DroguettLa reedición en España de la novela Eloy (Lastarria & De Mora, 2024), publicada originalmente en el año 1960 como finalista del Premio Biblioteca Breve Seix Barral de 1959, pone sobre la mesa de la actualidad al escritor chileno Carlos Droguett (Chile, 1912-Suiza, 1996), precursor de las nuevas corrientes narrativas del continente hacia mediados del siglo XX y para muchos un maestro del estilo. Si bien su figura, para el público general, orbitó alrededor del poderoso canon del boom latinoamericano, el corpus principal de su obra es anterior al núcleo del boom y estuvo desaparecido durante décadas de las librerías. Destacables por su nervio narrativo, intensidad lírica y perspicacia social y psicológica en la mirada, es de celebrar que sus novelas sean arrancadas del olvido. Esta reedición continúa, cabe señalar, el proceso de rescate de la obra de Droguett iniciado hace ocho años con la reedición de la otra novela magistral dentro de su bibliografía: Patas de perro (1965; Malpaso, 2016).

 

Publica Función Lenguaje

 

Por Ernesto Bottini

 

Junto con Eloy y Patas de perro, en España también circularon sus novelas Todas esas muertes (Premio Alfaguara 1971) y El hombre que trasladaba las ciudades (Noguer, 1973). A pesar de estos reconocimientos (finalista del premio Biblioteca Breve y ganador del Alfaguara) y de la indiscutible calidad literaria de su obra, valorada por sus innovaciones y logros formales, sus libros cayeron en la desmemoria de un mercado editorial saturado y en constante búsqueda de la novedad de recambio, por lo general productos de consumo destinados a reforzar agendas estéticas de consenso.

 

Exiliado en la ciudad de Berna desde el año 1976, una vez que el régimen impuesto tras el Golpe de Estado cívico-militar encabezado por Augusto Pinochet extendió su represión más allá del ámbito político, tanto la temática y el enfoque de su obra (merecedora en el año 1970 del Premio Nacional de Literatura de Chile), como las posiciones políticas con las que Droguett siempre se mostró comprometido, hicieron inviable su permanencia en el país, donde nunca regresó. Murió en Suiza en 1996.

 

Esta edición de Eloy que ahora presenta en España Lastarria & De Mora es la versión revisada y corregida por Carlos Droguett en Suiza en 1982. El texto viene arropado por una introducción del escritor y editor chileno Carlos Contreras y un epílogo del latinoamericanista francés Alain Sicard (que en realidad era el prólogo de la “edición definitiva” publicada en 1995 a partir de la revisión de su autor, un prólogo breve pero notable en la agudeza de su lectura).

 

El Ñato Eloy y el mito del bandolero

 

Una vez realizada la prescriptiva y urgente introducción, tanto a la figura de su autor como a la naturaleza de esta edición que hoy tenemos entre manos, pasemos a ocuparnos de la novela en sí misma. ¿Quién es Eloy?

 

La historia de Eleodoro Hernández Astudillo, el Ñato Eloy o Eloy a secas, pertenece al territorio de las leyendas populares y a las páginas del sensacionalismo de los periódicos de finales del siglo XIX y principios del XX. Fue uno de muchos bandoleros y forajidos cuyas peripecias a caballo recorrieron América desde el Lejano Oeste hasta la Patagonia: bandidos, saltadores, cuatreros, renegados, desertores, marginales que vivían del pillaje, el robo o el saqueo, por fuera de la ley y reacios a acatar toda autoridad. Joaquín Murrieta, Butch Cassidy y Sundance Kid, Jesse James, Sangrenegra, Ascencio Brunel y Elena Greenhill (la “bandolera inglesa”), Juan Moreira, Eugenio Ovando Patiño y muchos otros que alimentaron la tradición oral, el mito y los archivos de un cuerpo policial incipiente, fabricado con retazos de elementos militares, cazarrecompensas, rompehuelgas y alcahuetes de muy diversa procedencia.

 

Sobre la historia del bandolerismo han corrido auténticos ríos de tinta: tratados de sociología, perfiles psicológicos primarios ligados al lombrosianismo, análisis económico-políticos e infinidad de otros abordajes.

 

“El bandido resultaba muchas veces una construcción discursiva propia de terrenos en conflicto. Como tal fue una fórmula de profundo impacto cultural y social que iba más allá de un intento por deslindar lo legal de lo ilegal. Procuraba identificar a aquéllos que se habían volcado al desorden en una sociedad en construcción, que buscaba cristalizar un horizonte de respeto a la propiedad privada y al imperio de la Ley del Estado. Esa identificación del bandido estaba en condiciones de producir poderosas representaciones, resultando una batalla cultural difícil de saldar al intentar que ese discurso se transformara en práctica y realidad legitimadora de un orden estatal en expansión”, escribió Gabriel Rafart en “Ley y bandolerismos en la Patagonia, 1890-1940”.

 

El Ñato Eloy pertenece a esta estirpe de figuras que basculan entre la leyenda y el suceso, entre el mito y la historia en una sociedad rural de latifundios y temporeros marginalizados. La filóloga chilena Gloria Favi nos ayuda a centrar el contexto en el que surge Eloy:

 

«Los ociosos, mal entretenidos, vagamundos, vagabundos, forasteros, peones, gañanes, temporeros y afuerinos –según sea la nominación secuencial con que la historia oficial calificaba a la marginalidad rural a partir del siglo XVI– han dejado pocos documentos escritos y solo a partir de relatos orales, leyendas y canciones es posible inferir las fantasmales interpelaciones de su lenguaje y las cabalgatas de odio a través de todos los caminos de Chile. El tratamiento de la prensa que cubrió, el 24 de junio de 1941, la muerte del Ñato Eloy nos ha entregado datos reveladores sobre un mundo silenciado que evidenciaba la estigmatización e ilegalidad ejercida sobre los cuerpos marginales. Así, desde la insignificancia que le concedió El Mercurio con el titular ‘El Ñato Eloy cayó ayer en un tiroteo’, y el breve calificativo de peligroso bandolero, consignado en la página 13 de las Informaciones Generales, hasta las importantes revelaciones de Las Últimas Noticias, en cuyas líneas se reflexiona sobre los posibles motivos que lo llevaron a convertirse en un criminal perseguido. Esto es, la infracción a las leyes militares que lo convirtieron en remiso. Antes, consigna el periódico: ‘No se conocen acusaciones con anterioridad a esa fecha. Posiblemente hayan sido honradas’. La segunda infracción corresponde a un enfrentamiento a cuchillo con el mayordomo de un fundo, quien lo humilló cuando intentó solicitar trabajo. En conclusión, el mayordomo fue herido gravemente y desde entonces Eloy salió del fundo convertido en un proscrito e inició su errancia por montañas y caminos».

 

Novela a cara de perro

 

Con todo esto a sus espaldas, podría decirse, Carlos Droguett construye su propio Eloy a partir de un narrador en tercera persona cuya enunciación es precisa y poética, de poética precisión y ordenado desvarío, que fluctúa hacia la primera persona filtrando el registro directo de una conciencia que tiene su propio timbre expresivo. Tercera persona, primera y también segunda persona: un torrente lingüístico sin fronteras, alentado por los hallazgos narrativos del modernismo, para poner en pie, a través de recuerdos y elaboraciones sensoriales, de impresiones sobrevenidas, una memoria que ha grabado a fuego los hitos de sus padecimientos. Sintaxis y gramática bandidas, entregadas al estraperlo léxico, a la contravención sintáctica y al contrabando gramatical, una dicción bandolera plagada de estallidos de carabina, tintada por la oscuridad velada del monte, tiznada por el humo de la hoguera en la cueva y marcada por los abrojos del matorral áspero.

 

La novela se ocupa de las horas finales del bandolero, ya cercado por una batida de agentes de la que no podrá escapar. Se ocupa de su historia sin romantizar al personaje y sin demonizar su trayectoria. Eloy está construida con frases musicales y derivativas que a veces alcanzan una longitud de dos, tres y hasta cuatro páginas. Sin ahogarse, sin desfallecer, extendidas en un fluir que parece querer apartar de sí a la muerte con el verbo: mientras la frase siga, la muerte no llega.

 

En Patas de perro la alegoría provoca una trabazón más significativa entre el narrador en primera persona y su encabalgamiento sobre el personaje protagonista de la historia. Su desdoblamiento (uno tiende a leer Patas de perro como un caso de doppelgänger) alcanza cotas más altas de mimetismo conceptual, pero en Eloy parece alcanzar mayor musicalidad. En su cierre, que remite a las notas finales de un cuarteto de cuerda donde confluyen memoria, olfato, sonido e imagen, el texto despliega un lirismo simbolista único en la literatura latinoamericana de la época: es la domesticación definitiva de la disidencia en la muerte de Eloy.

 

En el personaje de Eloy late el espíritu de un revolucionario sin revolución, incapaz de articular los mecanismos de la revolución pero consciente, a través de la intuición curtida en la experiencia de una realidad intrínsecamente violenta, de la necesidad de subvertir un orden basado en la injusticia:

 

«te miran capados, te remiran sobrados, te pesan, te tasan y saben y están seguros de que, mientras haya merenganos y perenganos tan tibios y papanatas como tú, tan enteleridos, oficiosos y estilizados, tan pacientes y sufrientes, estrechos y satisfechos, jamás va a llegar la revolución y la sangre corriendo alborotada por las calles y no por las venas, y con esa seguridad, esa sabiduría y esa inquina, te miran los zapatos y saben, sin mascarlo ni tragarlo, que ellos y tú, tienen, los tres juntos, los tacos gastados y torcidos».

 

En este sencillo pero a la vez poderosísimo esquema trágico radica buena parte del interés de Droguett por la figura de Eloy y su leyenda. Y en esa fuerza casi tectónica del continente mantiene su actualidad y su terrible belleza.