Por Ernesto Bottini
Los poemas están reunidos cronológicamente y prescindiendo de los títulos de los libros que fue publicando Plath en vida (cuyos poemas y títulos cambiaba cada vez), y aparecen año por año, desde 1956 hasta 1963, año de su ya mítico suicidio en la cocina de su casa londinense, donde vivía con sus dos hijos tras la separación del poeta Ted Hughes. Fue la aportación de este último la que posibilitó una datación fiel de los poemas y la determinación de las versiones finales de cada uno de ellos: “La primera fecha marca, en efecto, una línea divisoria en su obra, ya que a finales de ese año, 1956, aparecen los poemas tempranos de su primer libro, El coloso. Además, a partir de esa fecha, yo trabajé junto a ella y vi cómo iban naciendo sus poemas, así que estoy razonablemente seguro de que todo está aquí”, escribió el poeta laureado, en 1980, en el prólogo de la edición de Faber & Faber, también recogido en la presente edición. Aparte de contar con toda la poesía publicada en vida, la edición recoge, en un capítulo titulado “Juvenilia”, los trabajos que la poeta escribió en los años anteriores a 1956. De entre estos cincuenta poemas “arqueológicos” destacan los que fueron escritos como ejercicios en clase de Alfred Young Fisher, su profesor de Lengua y Literatura Inglesa en el Smith College.
Niña prodigio y gran promesa de la academia, tras los primeros y tímidos trabajos Sylvia Plath descubre en la poesía de Robert Lowell una liberación hacia formas de expresión que le habían sido vedadas hasta entonces. El momento preciso fue la aparición de “Life Studies” (Estudios del natural), sobre el que escribió: “Ese giro nuevo hacia la experiencia emotiva muy seria, muy personal, que en parte, creo yo, ha sido tabú. Me interesan mucho, por ejemplo, los poemas de Lowell sobre su experiencia en un hospital psiquiátrico. Pienso que la poesía estadounidense de los últimos tiempos ha explorado esos temas particularmente íntimos y prohibidos”. Plath había sido alumna de Lowell en la Universidad de Boston, junto con Anne Sexton y George Starbuck.
La clave de este descubrimiento hay que buscarla en el contexto crítico de los años ’50, que prescribía como un dogma la separación entre la obra poética y la biografía personal. A Robert Lowell, abanderado y representante de la escuela poética vinculada al New Criticism, le llevó mucho tiempo y un gran esfuerzo, tras su primera etapa de “simbolismo católico” y “denso lenguaje isabelino-eliotiano”, y unos diez años de silencio, romper con esa doctrina y adentrarse en un nuevo camino poético que consistía en plasmar la propia experiencia con un conjunto de imágenes capaces de trascender y universalizarse.
Esta liberación le permitió a Plath dar rienda a su “fascinación feérica” –que encontraba eco, principalmente, en la poesía de Yeats- y conjugarla con un cierto realismo biográfico o experiencial, logrando así una voz original y una forma de representación que ha sido muy fructífera en la poesía posterior. Ya en su libro inaugural, “El coloso”, estaban establecidas las herramientas de su oficio y su habilidad técnica. El escritor y crítico A. Alvarez, tras la muerte de su amiga, escribió uno de los ensayos literarios más emotivos, eruditos y completos de la ensayística contemporánea, motivado por la repentina y dolorosa desaparición de Sylvia Plath. En ese libro, “El Dios salvaje. Un estudio del suicidio”, magistralmente traducido al castellano por Marcelo Cohen, leemos: “El coloso estableció las credenciales de Sylvia: contenía un puñado de poemas hermosos, pero más importante era la clara destreza del trabajo, la precisión y concentración con que la autora manejaba el lenguaje, la nada ostentosa amplitud de su vocabulario, su oído para los ritmos sutiles y la seguridad con que empleaba y atenuaba rimas y semirrimas”. Es justamente por el complejo trabajo técnico que Plath ponía en funcionamiento en cada uno de sus poemas que se hace meritoria la tarea de Xoán Abeleira, que ha sabido encontrar un vocabulario y una respiración en la lengua castellana capaces de dar cuenta de sus logros estilísticos y la profundidad sugerente de sus imágenes. Cabe señalar, también, que el traductor invita a los lectores a sumar soluciones idiomáticas o mejoras para futuras reimpresiones del libro.
El proceso de liberación poética abierto por la lectura de “Life Studies” llegó a su punto extremo en sus últimos escritos. En palabras de Alvarez, “el talento de transformar cada detalle creció sin parar hasta que en los últimos meses el evento más nimio llegó a ser ocasión para escribir: un corte en un dedo, una fiebre, una magulladura. La opaca vida doméstica se le fundió con la imaginación suntuosamente y sin vacilaciones”. En este sentido puede establecerse una filiación entre la poesía de Plath y la de Emily Dickinson, ya que ambas apuntan, cada una con su especial genio, hacia la construcción de un espacio emocional y simbólico que no repara en los motivos propiciatorios. De lo pequeño hacia lo grande, ambas son capaces de trascender la imagen de lo cotidiano en un lenguaje que se abre y estalla en multitud de sentidos.
Esta textura pivotante entre experiencia e imágenes capaces de hablar sobre lo oculto es motivo de muchas confusiones en la interpretación de su obra, y sin duda es el motivo responsable de tantas y tan diversas lecturas de su poesía. “Así de viciado –escribe Abeleira en el entusiasmado prólogo a la “Poesía Completa”- flota el aire en los departamentos donde se hace y se deshace, se descompone y recompone la leyenda de Sylvia Plath”. Y aún más lejos fue A. Alvarez sobre lo improcedente e injustificado del mito construido alrededor de la figura de la poeta: “Así como el suicidio no añade a la poesía nada de nada, el mito de Sylvia como víctima pasiva es una perversión total de la mujer que era ella. Desecha por completo su vivacidad, su apetito intelectual y su ingenio áspero, los grandes recursos de su imaginación, la vehemencia de sus sentimientos, el control que podía aplicarles. Sobre todo, deja de lado el valor con que supo transformar el desastre en arte. La pena no es que haya un mito de Sylvia Plath; es que el mito no sea, simplemente, el de una poeta de talento enorme a quien la muerte le llegó por descuido, por error, y demasiado pronto”.
El descuido, del que ya tenía antecedentes, esta vez fue meter la cabeza en el horno y abrir la llave del gas. Es difícil pensar en este acto como en un descuido, pero teniendo en cuenta las formas del diálogo que Sylvia Plath estableció con la muerte durante su corta vida (empezó por una intoxicación con somníferos y siguió con un “accidente” de coches), puede pensarse el acto último como una apuesta demasiado alta. Era “La ilusión de un anhelo griego”, como lo definió en “Límite”, el último de sus poemas. “La vida pierde interés cuando en el juego de vivir no puede apostarse la ficha más valiosa: la vida misma”, escribió Freud. Y Sylvia Plath había escrito que "Morir es un arte, como todo. / Yo lo hago excepcionalmente bien./ Tan bien, que parece un infierno./ Tan bien, que parece de veras. / Supongo que cabría hablar de vocación...".
Mito y realidad poética se funden en un conglomerado imaginativo que, finalmente, cuajó en el horizonte figurado de la creación artística extrema. En ese sentido, la figura de Sylvia Plath tenía todos los elementos necesarios para convertirse en un modelo fluctuante de desesperación y creatividad. Lo importante, más allá de esta fluctuación que escapa a la poesía misma, es la textualidad rica y sugerente que ahora aparece reunida por primera vez en un volumen necesario, cuya ausencia ya se estaba convirtiendo en sintomática. La apropiación de la figura y el mito de Plath por parte de cierto feminismo, presentándola como hija y esposa sometida, enmascara un elemento sustancial de su aportación a la poesía, y que consiste en la destrucción de los tabúes que mantenían rígidamente acotadas las posibilidades de escritura de la mujer. Lo que demuestra su poesía es que cualquier tema puede ser abordado, cualquier estilo puede ser empleado para su representación y el único límite concebible es la capacidad expresiva.
A este evento editorial, que sin duda será de los más destacados del año, debe sumarse la publicación de “The Letters of Ted Hughes” por Farrar, Straus & Giroux, que descubre una faceta del poeta y su relación con Sylvia Plath que hasta ahora había sido producto de especulaciones y fragmentarios y confusos acercamientos. Así mismo cabe destacar la adquisición del archivo literario del poeta por parte de la Biblioteca Británica, que consta de unas 220 cajas llenas de material de todo tipo y por el que se pagaron 870.000 dólares. Diarios, cartas, apuntes y papeles varios serán catalogados y estarán disponibles para el acceso de los estudiosos a finales del año próximo.
A continuación reproducimos un poema de Sylvia Plath traducido por Xoán Abeleira y una carta que Ted Hughes escribió a Aurelia Plath, madre de la poeta, un mes después del suicidio.
Lesbos
¡Crueldad en la cocina!
Las patatas protestan silbando.
Todo es muy vulgar e indecente, este lugar sin ventanas,
La luz fluorescente, encendiéndose y apagándose en una mueca de dolor,
Como una terrible jaqueca,
Estas modestas tiras de papel a modo de puertas-
Telones de teatro, rizos de viuda.
Y yo, cariño, soy una embustera patológica,
Y mi hija –mírala, tumbada bocabajo en el suelo,
Una marionetilla sin hilos, pataleando desesperada por desaparecer,
Porque es una esquizofrénica,
Da miedo verla así, con la cara roja y blanca.
Y todo porque arrojaste sus gatitos por la ventana
A una especie de pozo de cemento
Donde cagan, vomitan y gimotean, y ella no los puede oír.
Dices que no la soportas,
Claro, la cabrona es una niña.
Tu, a quien se le han fundido las lámparas, como a una radio barata,
Limpia ya de voces y de historia, del ruido
Electroestático de lo novedoso.
Dices que debería ahogar a los gatitos, porque ¡apestan!
Dices que debería ahogar a la niña,
Pues, si a los dos años ya está así de loca, a los diez se cortará el cuello.
El bebé, en cambio, ese caracol rechoncho, sonríe
Desde los pulidos rombos de linóleo anaranjado.
Te lo comerías. Claro: él es un niño.
Dices que tu marido no es bueno contigo.
Su mamá judía le guarda su dulce sexo como si fuera una perla.
Tú tienes un solo hijo, yo dos. Debería sentarme en una roca
Allá en Cornwall y dedicarme a peinarme el cabello.
Debería llevar pantalones de piel de tigre y liarme con alguien.
Los dos, sí, deberíamos reencontrarnos en otra vida,
Reencontrarnos en el aire.
Tú y yo.
Entretanto, la cocina hiede a grasa y a cagada de bebé.
Me siento atontada y lenta por culpa del somnífero de ayer.
La humareda de la cocina, la humareda del infierno
Flota sobre nuestras cabezas, dos oponentes ponzoñosas,
Nuestros huesos, nuestros cabellos.
Yo te llamo Huérfana, huérfana. Estás enferma.
El sol te produce úlceras, el viento, tuberculosis.
Una vez fuiste hermosa.
En New York, en Hollywood, los hombres decían: “¿Llegaste?
Guau, nena, pues sí que eres especial.”
Pero tú fingías, fingías, fingías por puro placer.
El marido impotente se escabulle penosamente fuera, en busca de un café.
Yo intento retenerlo,
Esa vieja vara que aguanta los rayos,
Los baños de ácido, los cúmulos que surgen de ti.
Al fin se larga bajando la colina empedrada de plástico,
Tranvía apaleado,
Desparramando chispas azules
Que se fragmentan como el cuarzo en millones de astillas.
Oh, joya. Oh, objeto valioso.
Esa noche, la luna
Arrastraba su bolsa de sangre, como un enfermo
Animal,
Por encima de las luces del puerto.
Y de pronto volvió a ser ella,
Dura, distante, blanca.
Su brillo de hojuela, reflejado en la arena, me daba un miedo de muerte.
Nos entretuvimos cogiendo puñados de ella, amándola,
Amasándola como si fuese pasta, el cuerpo de un mulato,
Gravilla sedosa.
Un perro husmeó y se quedó mirando a tu perruno marido.
Y así continuaron por un buen rato.
Ahora estoy aquí callada, inmersa
Hasta el cuello en mi odio.
Un odio denso, denso.
No hablo.
Estoy empaquetando las patatas duras como si fueran ropa buena,
Empaquetando a los niños,
Empaquetando los gatos enfermos.
Oh, jarra de ácido, pero si es de amor
De lo que estás llena. Tú bien sabes a quién odias.
Ahora él está abrazado a su bola de prisionero ahí abajo,
Junto a la puerta de la verja que da al mar,
Justo donde éste se adentra, blanco y negro,
Y luego refluye.
Cada día lo rellenas de sustancia anímica, como si fuese un cántaro.
Estás tan cansada.
Tu voz es mi pendiente,
Un murciélago deseoso de sangre, aleteando y chupando.
Eso es. Eso es.
Asomas la cabeza por la puerta,
Triste, endemoniada bruja. “Todas las mujeres son unas putas.
No logro comunicarme con nadie.”
Veo cómo tu precioso decorado
Se cierra sobre ti como el puño de un bebé
O una anémona, esa querida
Del mar, esa cleptómana.
Yo aún estoy muy verde.
Te digo que tal vez vuelva.
Ya sabes para qué sirven las mentiras.
Pues tú y yo jamás nos reencontraremos, ni siquiera en tu cielo zen.
18 de octubre de 1962
15 de marzo de 1963
Ts Lilly Library
Querida Aurelia,
No me ha sido posible escribir esta carta antes. Jean, la nana, es maravillosa con Frieda y Nick, y ya tiene una relación cercana con ellos, especialmente con Nick. Es mejor de lo que yo pensaba que iba a ser. Ahora que se acostumbró a nosotros no es tan tímida. Viene de un pequeño pueblo de la costa de Dorset, y es dueña de una verdadera paz y seguridad campestre. Nick volvió a ser el de antes, camina con pasos raros y dice palabras raras. Frieda ha empezado a hablar con frases largas, y habla constantemente. También es mucho menos egoísta ahora que se está calmando, y cuando tenemos invitados los saquea y le lleva todo a Nick. No es algo malo para ella tener a alguien tan calmo como Jean. Sería desastroso que la perdiera ahora.
Nunca me recuperaré del shock, y no quiero hacerlo particularmente. Vi las cartas que Sylvia les escribió a mis padres, e imagino que le habrá escrito cartas similares, o peores, a usted. Las condiciones particulares de nuestro matrimonio, el casamiento de dos personas tan abiertamente bajo el control de profundas anormalidades psíquicas, significó que finalmente nos redujimos el uno al otro a un estado en el que nuestras acciones y estados mentales normales eran como la locura. Mi intento de corregir ese matrimonio es locura de principio a fin. La manera en que ella reaccionó a mis actos también tiene toda la apariencia de una especie de locura –su insistencia en un divorcio, lo único en este mundo que no quería, la hostilidad orgullosa y el odio, los actos malévolos, cuando todo lo que quería decirme, simplemente, era que si yo no volvía con ella, ella no quería vivir–.
Sólo en el último mes nos hicimos repentinamente amigos, más cercanos de lo que habíamos sido por dos años más o menos. Todo parecía prosperar para ella, y empezamos a tener momentos felices juntos. Entonces de repente su libro sobre su primera crisis emocional salió, cincuenta otros detalles infernales se pusieron en su contra, se sobreagitó, me rogó dejar el país porque no podía soportar vivir en la misma ciudad, mi presencia debilitaba su independencia, y así, después sedantes muy fuertes, y después esto. Si yo no hubiera estado tan ciegamente envuelto en la lucha con ella, ¡qué fácil me hubiese resultado ver todo esto! Y yo había llegado al punto de decidir que podía reparar nuestro matrimonio. Ella había estado de acuerdo en detener el divorcio. Ese fin de semana había cancelado todos mis compromisos para los siguientes quince días. Le iba a pedir que viniera el lunes, para irnos de vacaciones a la costa, a un lugar donde no habíamos estado antes. Piense en cómo debió ser para mí también. Estábamos muy ciegos, los dos estábamos desesperados, éramos estúpidos y orgullosos, y el orgullo nos hizo oblicuos, a ella especialmente. Sabía que Sylvia estaba hecha de un material tal que necesitaba darles un castigo terrible a las personas que más amaba, pero todo el mundo es un poco así, y sólo hacía falta inteligencia de mi parte para lidiar con eso. Pero las dificultades causadas por eso, el hecho de que en la superficie la situación no era más difícil que la normal para parejas separadas –era mejor que la mayoría por el hecho de que ella tenía dinero, fama, planes de prosperar y muchos amigos–, todas estas cosas retrasaron los movimientos de nuestra reconciliación.
No quiero ser perdonado nunca. No intento decir que quiero convertirme en un altar público de duelo y arrepentimiento, antes preferiría convertirme en lo contrario. Pero si hay una eternidad, en ella estaré condenado. Sylvia era uno de los mayores y más verdaderos espíritus vivos, y en sus últimos meses se había convertido en una gran poeta, y ninguna otra mujer excepto Emily Dickinson puede empezar a compararse con ella, y ciertamente ninguna poeta norteamericana viva.
Así que ahora tengo que cuidar de Frieda y Nick y usted no tiene que preocuparse por ellos. Le escribiré tan frecuentemente como pueda sobre ellos. Frieda acaba de irse al colegio –se despierta gritando para que la lleven, y allí le va muy bien, se integra bien y tiene dos amigas especiales–. Jean está acostando a Nick. Esta nana cuesta sólo seis libras por semana y hace absolutamente todo. Tiene un día y medio libre por semana.
No sabía cómo empezar esta carta y ahora no sé cómo terminarla. Le escribiré de nuevo, y le contaré mis planes.
Con amor,
Ted