Una vez más, la gran mayoría de la prensa se hace eco del ganador del Nobel de Literatura omitiendo un detalle no tan minúsculo: quién o quiénes traducen su obra a nuestro idioma. En no pocas ocasiones es un único profesional, como es el caso del traductor y escritor chileno de ascendencia húngara Adan Kovacsics, que lleva 25 años acompañando la obra de László Krasznahorkai, el escritor húngaro que ha salido galardonado este año. También ha traducido a su gran héroe literario, Franz Kafka. Es, asimismo, autor de Guerra y lenguaje (Acantilado, 2008), así como de Karl Kraus en los últimos días de la humanidad (2015), El vuelo de Europa (2016), Las leyes de la extranjería (2019), El destino de la palabra (2025) y Acaece, sin embargo, lo verdadero (Acantilado, 2025).
Publica Vanity Fair
Por Darío Gael Blanco
La misma fidelidad le guarda Acantilado a László Krasznahorkai, la editorial que lleva publicando su obra desde el año 2001, introduciéndola en España con Melancolía de la resistencia, a la que siguieron Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (2005), Guerra y guerra (2009), Ha llegado Isaías (2009), Y Seiobo descendió a la Tierra (2015), Tango satánico (2017), Relaciones misericordiosas (2023) y El barón Wenckheim vuelve a casa (2024). La editora Sandra Ollo asegura que están “felices de haber puesto a disposición de los lectores en lengua castellana la obra, siempre lúcida y sorprendente, de este magnífico escritor y gran amigo”. “La desolación, el apocalipsis y el absurdo, que constituyen el telón de fondo de su mundo narrativo, no están reñidos en su obra con la búsqueda de la belleza o el amor a la naturaleza como reflejo de la divinidad”, prosigue el comunicado.
Desde la Real Academia Sueca, arguyen que el escritor de 71 años nacido en Gyula merece su más alta distinción literaria “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. “Es un gran escritor épico de la tradición centroeuropea, que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard, y se caracteriza por el absurdo y el exceso grotesco”, proseguía el comité del Nobel. Y añadía: “La novela Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río es un relato misterioso con potentes pasajes líricos que se desarrolla al sureste de Kioto. La obra da la sensación de ser un preludio a la riqueza de Y Seiobo descendió a la tierra, una colección de 17 relatos sobre el papel de la belleza y la creación artística en un mundo de ceguera”.
En sus primeras reacciones, el autor húngaro comenzó citando la reacción de Samuel Beckett: “¡Menuda catástrofe!”, matizando que para él es, más que una catástrofe, un motivo de felicidad. “Estoy muy feliz y muy orgulloso de estar en la línea de tantos grandes autores y poetas, algo que me otorga poder para utilizar mi lengua original, el húngaro, este pequeño idioma. Quiero dar las gracias antes que nada a los lectores, y es mi deseo que todo el mundo recupere la habilidad de utilizar su fantasía, porque sin fantasía la vida es totalmente diferente, y leer libros y disfrutarlos, enriquecernos con su lectura, nos da más poder para sobrevivir este momento tan sumamente difícil en la Tierra”. Se hallaba en Frankfurt, en el piso de un amigo enfermo al que se encuentra visitando, al recibir la noticia, que aún no es capaz de creerse. Sostiene, asimismo, que la amargura es su principal fuente de inspiración. “Estoy muy triste. Pienso en el estado actual del mundo y esa es mi principal inspiración. El ser humano ahora. O hasta ahora […]. Vivimos tiempos muy oscuros y necesitamos mucho más poder dentro de nosotros que nunca antes para sobrevivirlos”.
El autor continúa explicando que para él la escritura suele ser un acto muy privado que no comparte con nadie, ni siquiera otros maravillosos colegas escritores, solo a sus editores, y que deja pasar un tiempo hasta saber qué será lo siguiente sobre lo que escribirá. Su lugar de residencia varía a lo largo del año. A veces reside en la montaña, cerca de Budetas, en Hungría, así como en Trieste y, a veces, en Viena. En cuanto a cómo lo celebrará, el húngaro, práctico y con los pies en la tierra, asegura que planeaba realizar un trámite burocrático en Alemania y así sería, en cualquier caso, pero que tal vez lo celebraría cenando con algunos amigos.
Aunque a distinta escala, Kovacsics también vivió una jornada apabullante tras el anuncio del ganador, recibiendo una avalancha de llamadas. Se encontraba en Barcelona, donde lleva residiendo desde 1980. Nacido en Santiago de Chile en 1953 (apenas un año antes que Krasznahorkai), sus padres, de origen húngaro, estuvieron en campos de refugiados en Austria y posteriormente en Italia, hasta establecerse en Chile. Decidieron mudarse a Viena cuando Adan tenía 14 años y fue allí donde se formó académicamente, doctorándose en la Universidad de Viena. Al hacer mención a lo mixto de sus vivencias y orígenes (también posee la nacionalidad española), bromea asegurando que no es para nada aventurero pero la vida le ha llevado por ahí. Mantenemos una breve conversación con él la mañana del día después del anuncio del ganador del Nobel de Literatura 2025, cuando el polvo ha comenzado a asentarse.
-En muchos medios no se le menciona siquiera al hablar del ganador y esa suele ser la tónica general con los autores de habla no hispana que se han publicado traducidos en nuestro país. ¿Qué le parece esa invisibilización de la labor de los traductores?
[Ríe] Bueno, es curioso y aparte me llama la atención que, precisamente tratándose de la obra de Krasznahorkai, él dice que en realidad el que escribió su obra en castellano soy yo; me suele decir ese tipo de cosas. Pero en el fondo le voy a decir también que lo que me importa es eso: el reconocimiento del autor y la relación con él, poder conocer su obra a fondo, que es lo que me ha permitido este trabajo de 25 años traduciendo su obra.
-¿Cuál sería su carta de presentación a su obra para quienes, como yo, no la hemos leído?
Bueno, yo creo que tiene dos principales vertientes: una es, digamos, esa vertiente novelística suya centrada también en esa periferia húngara, provinciana, rural, con una visión muy oscura, muy pesimista —apocalíptica también— de ese mundo, de un mundo que él crea con unos personajes determinados que van apareciendo de forma continua en su obra, con personajes violentos, ávidos de poder o personajes angelicales e inocentes, que aparecen también continuamente. En definitiva, todo ese mundo que él ha creado y que está situado en ese ámbito periférico de Hungría. Y luego está la otra vertiente, que es esa apertura al mundo también característica suya, a Oriente, a Japón, él ha viajado a Japón y escrito sobre Japón, sobre China… Nueva York también está presente en su obra. Y luego hay un libro, Y Seiobo descendió a la Tierra, que recomiendo mucho y es una serie de textos relatos donde aparece también España, lugares como la Alhambra o Barcelona.
-¿Y cuál de sus libros recomienda leer primero?
Recomiendo empezar por el primero, Tango satánico. Allí están muchas de las claves de su obra. Y luego Y Seiobo descendió a la Tierra.
-En sus primeras reacciones, Krasznahorkai menciona en varias ocasiones su tristeza por los tiempos oscuros en los que vivimos, sin mencionar exactamente a qué se refiere. La mayoría de los medios lo presentan como “el maestro del apocalipsis”, recogiendo las palabras que en su día le dedicó Susan Sontag. ¿Tan oscura es su obra? ¿Puede haber luz en esa oscuridad?
Bueno, sí, la hay. Hay esa luz porque en toda su obra también hay una aspiración a la belleza, tanto de su propia obra, esa aspiración a alcanzar una pureza y una belleza máxima en su escritura por un lado, y por otro lado la presentación continua desde del arte que aparece ahí como como una manifestación también de lo divino, de la belleza a través del arte, eso es algo que aparece también continuamente, ya sea con un jardín de Kioto, con la Venus de Milo, o con la Alhambra… todo eso es luz en medio de la oscuridad.
-¿Se lo esperaba?
Bueno, de alguna manera lo esperaba en el sentido de que alguna vez se lo tenían que dar. Esa era mi idea, lo que no sabía es que sería este año, claro [ríe]. Pero sí, en algún momento le tocaba, hace años que lo pensaba.
-¿Cuál fue su reacción al conocer la noticia?
¿La mía? [extrañado]. La mía de mucha emoción. Estaba en la calle cuando me llamaron y bueno, empezó a latirme fuerte el corazón de la emoción, de la alegría. Y luego recibí una gran cantidad de llamadas de todas partes, de Hungría, de Austria, de Francia, de Sudamérica, de Chile, de Argentina, de México, de toda España, por supuesto… fue una avalancha. Hasta un punto de agobio [risas].
-Retomando la idea de la luz y la oscuridad, ¿Qué hay de nuestra profesión como traductores? ¿Ve la luz en tiempos de IA?
Bueno, yo creo que el deseo de traducir existe y eso va a seguir existiendo, es decir, ese coger una obra escrita en cualquier lengua y ese deseo de trasladarla a la tuya, eso va a permanecer. Y la forma de acercarse de un traductor a un libro, a un poema, novela, ensayo o lo que sea, eso sigue perviviendo siempre, es insustituible. ¿Cómo haces tú como traductor? Vas palabra por palabra, frase por frase, párrafo por párrafo, y te vas adentrando; eso es una forma de lectura insustituible. Y bueno, ahora viene esta opción de inteligencia artificial entonces se hace una traducción automática y se dan al traductor para que le pase la plancha. Eso es muy práctico o como quiera llamarlo, pero eso no es la traducción. La traducción es otra cosa. La traducción es ir palabra por palabra, coma por coma, matiz a matiz y conocer así la obra, adentrarse en ella, que es lo que yo he podido hacer con Krasznahorkai y con otros autores, como Kafka o Karl Kraus.
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