Sandra OlloAl principio de una entrevista por televisión que le hizo Ignacio Vidal-Foch y que puede verse en Internet, el editor Jaume Vallcorba revelaba toda su obsesión en la materialidad del libro: el tipo de papel ahuesado con PH neutro que se usaría en los interiores, las guardas que no lo dejarían perder la forma, la encuadernación cosida con hilo vegetal y folios de pocas páginas, una conjunción que le permitiría al libro abrirse completamente. El de la apertura no es un detalle menor, ni un capricho de perfeccionismo meramente estético. El hecho de que un libro pueda abrirse de esa manera generosa significa invitar al lector a sumergirse en el texto sin inconvenientes. Son las marcas de identidad de la editorial española Acantilado.

 “La edición es riesgo y audacia”

 

Por DIEGO ERLAN

 

Vallcorba había empezado a editar muy joven, en el colegio, con una revista en ciclostil, y años después continuó en una colección con vagos tintes de vanguardia que organizó a los veinte años y de la que prefería mejor no acordarse. A fines de los años setenta creó Quaderns Crema, una editorial en idioma catalán dedicada a ese mercado. Jorge Herralde recuerda que los orígenes de Quaderns Crema se encuentran en una colección de Antoni Bosch Editor que en 1978 tuvo que abandonarse por su inviabilidad económica. Jaume Vallcorba conservó el nombre y en 1979 decidió lanzarse por su cuenta en esa “sociedad unipersonal”, como señalaba en las portadillas de sus libros. Las señas de identidad de Quaderns Crema eran nítidas: extrema pulcritud de la edición, cuidado tipográfico, portadas inconfundibles: tipografía con filetes bodonianos, ilustraciones con imágenes recortadas.

 

Entre todos los autores que Vallcorba publicó en Quaderns Crema, Quim Monzó fue un autor fetiche, el más significativo entre aquellos nuevos escritores que, en palabras del editor, estaban “decididos a pensar en una carrera literaria convencidos de que la cultura catalana era más que una provincia remota del espíritu”.

 

En los años noventa, para escapar del angosto mercado catalán, Vallcorba empezó una editorial en castellano llamada Sirmio, que fracasó comercialmente pese a tener una colección bautizada “La caja negra”, donde publicaba literatura mitteleuropea, que paradójicamente luego se convirtió en un pilar para el catálogo de Acantilado. Convertir esa literatura como estandarte funcionó para Vallcorba como “el reencuentro con una parte importantísima de la cultura europea dejada de lado por las circunstancias históricas”. Desde el principio, Vallcorba consideró la edición como una manera de proponer a unos amigos que no conocía una lectura que pensaba que les podía gustar, estimular y enriquecer. “Estoy convencido de que un libro es capaz de modificar a su lector por el simple hecho de haberlo leído; que puede cambiar, en el lector, algo importante, de manera que se podría decir que no es la misma persona antes que después de haberlo leído. Porque leer es dialogar, es ‘escuchar con los ojos a los muertos y tener conversación con los difuntos’, como decía Quevedo siguiendo un viejo y noble lugar común. Con pocos libros se puede tener al alcance el pensamiento humano, y del diálogo con él deriva, es sabido, cualquier conocimiento y cualquier construcción de una personalidad, ya sea individual o social. Por esto creo que editar es un trabajo que conlleva una cierta responsabilidad.”

 

Herralde supo describir a Vallcorba como un editor exigente, minucioso, de un perfeccionismo maníaco, que es, justamente, la clave de su éxito. Trabajar con él, para el fundador de Anagrama, debe haberse parecido a una escuela dura comparable a la infantería de marina estadounidense. De la factoría Vallcorba, como la llamó Herralde, surgieron Valeria Bergalli (editora de Minúscula), Ernest Folch (director de Edicions 62) o Anik Lapointe (editora de RBA). Y a ese selecto grupo de editores debería agregarse también a Sandra Ollo, que al morir Vallcorba en 2014, asumió la responsabilidad de continuar su legado en Acantilado. Lo había conocido en una conferencia en la Universidad de Navarra, donde ella trabajaba, y la fascinó intelectualmente porque nunca había oído hablar de literatura hilando las ideas y las sensaciones de esa manera. “El mundo universitario que conocía hacía compartimentos estancos con el conocimiento. Parecía que caía un telón entre los siglos o entre los movimientos. Y él los unía. Jaume habló de la literatura como de un río lleno de afluentes. Y pensé: claro, es eso.”

 

–¿Cuál crees que fue, para ti, la mayor enseñanza de Jaume?

 

–Es difícil sintetizarlo en una, pero creo que escogería el amor por el libro bien hecho, por el trabajo bien hecho.

 

–Me gustaría que pudieras ver la portada del primer título de Acantilado. Y al verla tratar de pensar cuáles fueron las certezas que se profundizaron desde ese primer título y qué variaciones tuvo –si es que tuvo alguna– el proyecto editorial en más de veinte años.

 

–Yo no estuve en ese primer momento, porque me uní al proyecto unos años después. Variaciones, como es lógico ha habido, pero no concesiones; es decir, la ambición (en el sentido más positivo del término) con la que se creó el sello sigue intacta, por eso el catálogo, a pesar de ser tan heterogéneo, resulta compacto y consecuente.

 

–¿Cuál crees que fue la principal virtud que tuvo la construcción del catálogo de Acantilado?

 

–Creo que abrió un espacio de pensamiento totalmente diferente, que va mucho más allá de la publicación de libros considerados clásicos, o de textos de Europa del Este. Acantilado mezclaba, y mezcla, de manera armoniosa los textos para que dialoguen entre ellos y con el lector. Intentamos que los lectores descubran los hilos que unen los títulos, que se acerquen a ese gran río que es el pensamiento y la literatura y que fluye caudaloso y enorme alimentado por su afluentes. Por eso mezclamos pasado y presente y no distribuimos los libros por colecciones (más allá de la diferencia entre ficción y no ficción).

 

–Siempre me fascinó el logo de la editorial. Cuando la conocí, hace años, no presté atención y lo veía más como una especie de fileteado, pero después lo observé en detalle y encontré esa relación entre el logo y el nombre de la editorial: entre el hombre que se tira de cabeza hacia un lugar donde no tenemos demasiadas certezas de lo que encontrará en el fondo, si serán rocas o la profundidad del mar. Pienso, entonces en el logo, y me pregunto qué piensan ustedes cada vez que se encuentran con ese logo. ¿La edición es un oficio kamikaze? ¿La edición es un salto al vacío? ¿O acaso la edición es un clavado perfecto en la profundidad del mar? ¿Qué piensas?

 

–En primer lugar el logo es hermoso estéticamente, solo por eso, por su elegancia y finura, ya tendría sentido. Pero es que además, tal y como dices, nos trae a la mente  el salto, el riesgo, por supuesto, pero también la osadía e incluso la audacia. Para mí ese saltador es valiente, controla su cuerpo y mantiene la postura durante el salto, no se descompone y quizá ahí sí que representa mi idea de la edición: riesgo, compostura y ganas de conocer qué me espera allí abajo.

 

–Tanto la calidad de los materiales con los que se hacen los libros de Acantilado como el proceso de impresión son extremadamente preciosos, ¿cómo se relacionan esos procesos con los cambios tecnológicos y las crisis permanentes de la industria?

 

–Se relacionan bien, con absoluta normalidad. Seguimos apostando por una manera casi artesanal de hacer los libros, con una altísima calidad, porque queremos ofrecer lo mejor al lector. Apostamos además por la durabilidad, porque los materiales que empleamos para la producción del libro están pensados para durar muchos años y acompañar al lector a lo largo de su vida.

 

–Hace un tiempo, en el IV Forum Edita de Barcelona, Carlo Feltrinelli lamentaba que la palabra cultura haya sido substituida por la palabra contenido, refiriéndose a los diferentes actores que ganan peso hoy en la industria. ¿Con qué miedos se enfrentan ustedes ante esta situación siendo que Acantilado es sinónimo de alta cultura? ¿Crees que el catálogo apunta a un nicho que no dejará de comprar libros o de interesarse por ese tipo de libros?

 

–Yo no me atrevo a hacer predicciones, francamente. Pero sí que intuyo que, a pesar de todos los pesares (e incluso pese a quien le pese) siempre habrá personas que aspiren a otra manera de vivir y de pensar, porque nuestra necesidad de entender el mundo y a nosotros mismos, tal y como hemos visto a lo largo de los años, no cambia. La condición humana es la misma, por mucho que la ciencia y sobre todo la tecnología, se empeñe en modificarla, o en hacernos creer otra cosa. Así que mientras haya personas conscientes de su realidad, habrá lectores que necesiten abarcarla, y los libros son para ellos, y para ese menester, imprescindibles.

 

–A veces uno se pregunta cómo se descubre un libro o un autor, cuando parece que todo ha sido publicado. Me gustaría hacerte esta pregunta sobre el proceso de búsqueda, de rastreo, de esos autores a veces perdidos en la historia de la literatura. ¿Cómo es el proceso?

 

–Los libros llegan de diversas maneras, pero generalmente los encontramos a través de otros libros (en el caso de la mayoría de textos llamados clásicos), de conversaciones interesantes, y luego por supuesto a través de prensa especializada, y en menor medida en nuestro caso a través de agencias literarias. El proceso es tan sencillo que me da vergüenza explicarlo, porque no hay proceso, o mejor dicho, no hay procedimiento. Simplemente vas tirando de un hilo y los libros salen a tu encuentro, ese hilo te hace de guía en la gran constelación de la literatura. A esta tarea es a la que dedico la mayoría de mi tiempo, ése es el oficio del editor, básicamente. Y por supuesto, si llegado un momento tengo dudas, o necesito referencias, tengo la fortuna de contar con personas con las que puedo conversar.

 

–¿Cuál es el desafío hoy de una editorial como Acantilado?

 

–Absolutamente el mismo de siempre: seguir ofreciendo buenos libros al lector, y llegar al mayor número de lectores.

 

–Siempre se reconoce la calidad de los libros de Acantilado en América. ¿Cuál es tu visión del mercado del libro en América latina? ¿Qué perspectivas tienen ustedes en este territorio? ¿Qué otros grandes autores latinoamericanos les encantaría publicar?

 

–El mercado latinoamericano es fascinante pero también muy complejo, y sobre todo es muy variado. Si algo he aprendido es que no existe algo como “el mercado latinoamericano”, así, agrupado, sino que existen países latinoamericanos, con sus virtudes, sus problemas y sus idiosincracias, que hacen que la distribución en cada rincón de ese maravilloso subcontinente sea diferente. Así que mis perspectiva es asentar todo lo que la terrible crisis de la COVID 19 ha desmantelado, y poder llegar antes y mejor a los lectores.

 

–¿Cómo te imaginas el catálogo de Acantilado cuando cumpla, como Quaderns Crema, 40 años?

 

–No sé cómo me lo imagino, pero sí que sé cómo me gustaría que estuviese: vivo y en camino, siempre en camino.

 

 

Publica CUADERNO WALDHUTER