Rodolfo WalshLos textos que publicamos a continuación constituyen parte de los materiales de clase utilizados en la lectura de Operación Masacre, el libro pionero de Rodolfo Walsh donde se cruzan por vez primera la crónica periodística y la novela, inaugurando un nuevo tipo de enunciación o género literario que dio en llamarse Novela de No-Ficción. La editorial Libros del Asteroide acaba de publicar el libro en España, después de años de estar descatalogado.

 

Reflexiones sobre la novela en los Diarios de Rodolfo Walsh

 

DICIEMBRE 31, 68 –SITUACIÓN-

 

Terminar el año con el zapato izquierdo visiblemente roto, mil quinientos pesos en el bolsillo, incapacitado para hacer regalos y desganado para recibirlos; con mil cosas pendientes, postergadas o mal hechas; en un estado casi permanente de mal humor o de abulia.

Es posible que haya "mejorado" algo. Que esa mejoría sea lo que me pone de tan pésimo humor.

La política se ha reimplantado violentamente en mi vida. Pero eso destruye en gran parte mi proyecto anterior, el ascético gozo de la creación literaria aislada; el status; la situación económica; la mayoría de los compromisos; muchas amistades, etc.

Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario. Pero eso tiene un comienzo muy poco noble, casi grosero. Es fácil trazar el proyecto de un arte agitativo, virulento, sin concesiones. Pero es duro llevarlo a cabo. Exige una capacidad de trabajo que todavía no poseo.

Me refiero principalmente a métodos de trabajo. Hace años que vengo luchando por eliminar cosas que formaban una "infraestructura" errónea, la bebida, el cigarrillo, los malos horarios, la pereza y las postergaciones consiguientes, la autolástima, el desorden, la falta de disciplina; la consiguiente falta de alegría y de confianza; todo eso ensamblado en una estructura mental que seguía siendo burguesa.

Este año sólo he progresado en dos cosas. No bebo, lo que ha mejorado mi salud, o por lo menos compensado el "deterioro". Empiezo a asimilar lo básico del marxismo, y mi "nivel de conciencia" es hoy bastante mayor. Estoy mucho más jugado. No aceptaría hoy incluir una cita de un bufón como Manucho en la contratapa de un libro, ni vacilaría en rechazar una beca en USA, etc.

Me he pasado "casi" enteramente al campo del pueblo que además -y de eso sí estoy convencido- me brinda las mejores posibilidades literarias. Quiero decir que prefiero toda la vida ser un Eduardo Gutiérrez y no un Groussac; un Arlt y no un Cortázar.

Pero decir estas cosas, escribirlas, me desalienta, me da sueño; eso significa que hay un duro núcleo de resistencia que rechaza todo esto como una banalidad; que preferiría mantener la fachada inescrutable sobre mis verdaderas contradicciones; suspender el análisis y seguir proponiéndome al mundo como un figurón, ligeramente martirizado por las circunstancias.

Me está faltando coraje.

Lo que sucede es que me paso al campo del pueblo, pero no creo que vamos a ganar: en vida mía, por lo menos. ¡En vida mía! Porque ésa es la clave: lo que pase después no me importa mucho, y entonces sigo siendo un burgués, más recalcitrante aún.

La película de Solanas-Getino nos mostraba ayer, con insuperable claridad, cómo no se puede ganar con clavos miguelito contra los tanques; con manifestaciones callejeras contra las ametralladoras, etc. ¿Cómo pelear, entonces? También lo dice la película: la revolución se hace primero en la cabeza de la gente. Conseguir que el oprimido quiera pelear y ame la revolución; pero conseguir también que el opresor se deteste a sí mismo, y no quiera pelear.

Pero yo soy el primero a convencer de que la revolución es posible. Y esto es difícil en un momento de reflujo total, en que se me han acumulado catastróficamente el proyecto "burgués" (la novela) y el proyecto revolucionario (la política, el periódico, etc.).

Si distingo con claridad, si analizo bien, si creo métodos aptos de trabajo: todo eso tiene solución. Lo que no soporto en realidad son las contradicciones internas. Las normas de arte que he aceptado -un arte minoritario, refinado, etc.- son burguesas; tengo capacidad para pasar a un arte revolucionario, aunque no sea reconocido como tal por las revistas de moda. Debo hacerlo. La película de Getino-Solanas señala una ruta, que yo empecé a transitar hace diez a eso es indudable que debo continuar con mi proyecto "burgués", radicalizándolo en lo posible, para quitarme la soga del cuello; volver a ser libre; planificar rigurosamente mi vida; desalienarme.

 

Así sea.

 

3/11/1969

 

...Cosa que me molestó, lo que dijo Raimundo, que yo escribía para los burgueses. Pero me molestó porque yo sé que tiene razón, o que puede tenerla. El tema me ha preocupado siempre, aunque no me lo formulara abiertamente. La cosa es: ¿para quién escribir, si no para los burgueses? Tendría que preguntarle a Raimundo qué literatura le gusta a él, qué novelas no están escritas para los burgueses y qué cuentos pueden escribirse "para" los obreros. Yo conocí una vez un obrero panadero que leía a Baroja -otro panadero-, pero el mundo de los libros, y especialmente de las novelas, está cerrado a los obreros ("Poné trabajadores"). Claro que somos nosotros mismos quienes lo hemos cerrado. Debe ser posible, sin embargo, escribir para ellos. […]

 

…Lo que estoy descubriendo, caballeros, es cómo no escribir para los burgueses. Estoy fantaseando con cuentos, y aun novelas clandestinas. ¿No hay millones de cosas para contar en esa forma? ¿No son las cosas más importantes? Vgr.: las historias personales de Onganía…

 

15.1.70.

 

TEORÍA A GENERAL DE LA NOVELA:

 

  1. Ser absolutamente diáfano. Renunciar a todas las canchereadas, elipsis, guiñadas a los entendidos o los contemporáneos. Confiar mucho menos en aquella famosa "aventura del lenguaje". Escribir para todos. Confiar en lo que tengo para decir, dando por descontado un mínimo de artesanía. Eludir la elefantiasis literaria, tipo David.

 

  1. Recuperar la verdad, las propias contradicciones. Evitar puerilidades como la de "Z", ese personaje impoluto. No hay personajes impolutos.

 

  1. Recuperar la verdad del pueblo, de las masas, que es más importante que la de los individuos. Trazar el avance de los héroes, desde la resignación hasta el triunfo que se sabe no-definitivo, porque tampoco es posible ya ser inocente ante la Revolución.

Todo esto equivale a aprender de nuevo multitud de cosas.

 

4/2/70

 

Enzarzado con Juan, pago las consecuencias de una larga interrupción. Yo no soy ya el que empezó a escribir este libro. La hechura, el tempo de este capítulo me parecen algo mecánicos, cristalizados en un exceso de concepción previa. Seguramente, cuando lo tenga hecho, deberé romper deliberadamente ciertos ritmos, elipsis, efectos, que me han costado mucho trabajo, pero que contradicen mi actual concepción.

 

No obstante, tengo que escribir esta novela, aunque sea mi "última novela burguesa", además de ser la primera. Mientras permanezca sin hacer, es un tapón.

 

Para después, acaricio la idea de una literatura clandestina, quizá escrita con seudónimo. Es difícil llegar a concebir esto: se ven, sí, sus enormes posibilidades, pero el problema reside en aprovecharlas al máximo. Decididamente, tendría que ser anónima (o pseudónima), ¿pero podrá el pequeño pot (sic) renunciar a la vanagloria que ha inundado totalmente su vida?

 

Una novela, vgr., que empiece con una declaración franca de principios políticos; brutal en la mención de nombres y personas, simple en su lectura (cf. Eduardo Gutiérrez, Arlt).         

 

Una perforadora neumática, en la obra en construcción, me perfora (sic) los oídos mientras trato de coordinar esto. Además, hace calor. ¿Cómo trepar, así, a los refinamientos del arte, etc.? Sic.

 

5/3/71

 

No puedo o no quiero volver a escribir para un limitado público de críticos y de snobs. Quiero volver a escribir ficción, pero una ficción que incorpore la experiencia política, y todas las otras experiencias. Para eso debo salir de un chaleco de fuerza.

 

11/12/71

 

Supongamos que los motivos por los que yo no terminé mi novela son los que yo mismo digo: que esa novela envejeció conmigo, que hoy sería vieja como de algún modo son viejos mis textos literarios; no los políticos. Es decir que en Rosendo y en Operación yo habría encontrado una vía de salida. Sin embargo es una vía que no me satisface absolutamente: si así fuera, yo dejaría de buscar otra.

 

Repaso mis propios argumentos: el testimonio presenta los hechos, la ficción los representa. La ficción resulta encumbrada porque no tiene filo verdadero, no hiere a nadie, no acusa ni desenmascara. Que la novela, el cuento, son la expresión literaria característica de la burguesía y sobre todo de la pequeña burguesía, que se cuida de no ofender porque teme que la aplasten. En la ficción, el Mediocre es el otro, yo a lo sumo descubro algunas limitaciones que puedo superar; quizá podría ser un poco más atento con mis semejantes; y también algunas posibilidades heroicas: si la agencia de automóviles o el trabajo en el Canal no me llevaran tanto tiempo, yo podría ser ese guerrillero; quizá lo seré todavía: ¿no soy joven?

 

Pero el testimonio también está limitado: si yo persigo ciertos fines políticos inmediatos, tengo que dar una verdad recortada, no puedo ofender a mis amigos que son mis personajes: recuerdo la reacción de R y su familia cuando conté su pasado de asaltante.

 

2/5/72

 

Debo determinar qué parte de mi tiempo dedico a un trabajo de creación literaria que al mismo tiempo me permita vivir.

 

Para ello debo desmitificar previamente todas las condiciones de esa creación.

 

  1. Revalorización. Es indudable que en los últimos años he ido desvalorizando, consciente e inconscientemente, el trabajo literario. La sola palabra me produce una cierta revulsión. Tratemos de analizar por qué, las causas históricas. La literatura se me apareció durante gran parte de mi vida como una aspiración mitológica. Era lo que yo finalmente quería hacer, mi destino, etc. Era una típica visión pequeño-burguesa, la búsqueda del prestigio a través de los mecanismos gratificantes de la exacerbación de la personalidad concebida como única, genial, etc. A través de la literatura podía mimetizarme con esos elegidos, capaces de percibirse a sí mismos como el fin al que tendía el mundo: generaciones y generaciones de hombres y mujeres anónimos e inútiles que confluían triunfalmente en un Borges, en un Huxley. Ser escritor era finalmente una forma de ser, posterior y superior al ser hombre. La Creación artística era concebida como la forma máxima del ser, como la incomparable culminación de todos los esfuerzos humanos, a la que todo podía y debía "sacrificarse".

 

Habría que analizar a fondo este mito, común a los intelectuales de mi generación. Buscar los textos en que se funda (vgr. un Rilke, pero también muchos otros, incluso Durrell). Esa estupidez fue respirada desde la infancia. Lo difícil es explicarlo. Obviamente los propios artistas crearon el mito como una forma de privilegio social, para ser respetados, para abandonar en los últimos siglos el papel de fámulos o payasos que tuvieron en las cortes europeas a partir del Renacimiento, donde un noble incluía entre su servidumbre a un Quevedo o a un Rafael. ¿Pero por qué se dejaron convencer los nobles, luego los burgueses? Es evidente que no consideraban al escritor o al músico tan importantes como ellos se creían; en todo caso le pagaban menos que al maestre de armas. Sobre todo en el caso de los burgueses, lo que ellos pagan es un índice seguro de la valoración que hacen. Pagaban menos de lo que simulaban estimar. ¿Y por qué los artistas se dejaban estafar, por qué aceptaban un testimonio de su valor comparable al de un criado de lujo? Porque lo que los acreditaba como tales era su obra; tenían que producirla para ser reconocidos; la obra producida entraba en el mercado, donde encontraba una competencia; el mercado determinaba el verdadero valor, que no coincidía con la autoimagen del artista. Pero él no podía hacer huelga, porque su producto al fin y al cabo no era necesario, él no podía presionar sobre el mercado haciendo escasear su producto, que no tenía el valor inapelable de un cañón, de un telar, de una espada, de una esclusa, de una tela, incluso de una joya.

 

La idea de la huelga de los artistas, que de tanto en tanto asoma en forma burlesca, desnuda la condición del estar desvinculado de los problemas materiales, de trabajar por el amor al arte. El artista pobre (que después de muerto será glorioso y cotizado por el coleccionismo) es la forma suprema del mito, y como tal alcanza una fuerza propia de atracción: hay artistas que realmente quieren responder a ese mito, que realmente quieren ser pobres en vida y gloriosos en muerte. Hay otros que luchan tenazmente por sus derechos de autor.

 

Este panorama empezó a cambiar en el segundo tercio del siglo, cuando apareció el "compromiso" del artista. Si la obra de arte podía ser política, ya era otra cosa, empezaba a tener otra clase de valor, aunque fuera negativo. Podía existir un interés en comprarla en términos políticos, no ya para consumo de una élite, sino para su absorción, su neutralización: incluso porque el literato disconforme podía percibir antes que el aparato político los gérmenes de la insurrección, y en este sentido los escritores podían ser una especie de alcahuetes o policías. Proseguir.

 

3/5/72

 

Mi relación con la literatura se da en dos etapas: de sobrevaloración y mitificación hasta 1967, cuando ya tengo publicados dos libros de cuentos y empezada una novela; desvalorización y paulatino rechazo a partir de 1968, cuando la tarea política se vuelve una alternativa.

 

La línea de Operación Masacre era una excepción: no estaba concebida como literatura, ni fue recibida como tal, sino como periodismo, testimonio. Volví a eso con Rosendo, porque encajaba con la nueva militancia política.

 

La desvalorización de la literatura tenía elementos sumamente positivos: no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la intelligentzia burguesa, cuando el país empezaba a sacudirse por todas partes. Todo lo que se escribiera debía sumergirse en el nuevo proceso, y serle útil, contribuir a su avance. Una vez más, el periodismo era aquí el arma adecuada.

 

Quedaba en pie sin embargo una nostalgia, la posibilidad entrevista de redimir lo literario y ponerlo también al servicio de la revolución. Esa nostalgia, la formulación de esa posibilidad, tenían dos vertientes: una era el carácter al fin y al cabo transitorio, coyuntural, de la producción periodística: eso era real: el periodismo activaba para el momento; podía tener una gran fuerza conmocionante, pero no una larga proyección, no alcanzaba a fijar la experiencia colectiva (que es prolongada) ni la experiencia personal. Otra vertiente era hasta cierto punto regresiva, volvía al punto de partida de la gloria literaria burguesa, de la salvación individual por la escritura, de la consagración incluso de la escritura como una forma superior -burguesa- de vida.

 

Esta sería en un primer análisis la contradicción principal: quiero fijar algunos datos de nuestra experiencia como pueblo, de nuestra empresa colectiva, de las mejores vidas volcadas en eso; pero también quiero encaramarme sobre ese impulso, construir mi privilegio, etc.

 

La contradicción nunca se va a resolver a fondo. Pero tal vez pueda acentuarse gradualmente el polo positivo, deprimir su negación; hacer una selección rigurosa de elementos positivos y negativos; desmitificarme incluso a mí mismo en la medida en que he encarnado ese polo negativo.

 

¿Qué puedo contar? Centenares, miles de cosas. De eso estoy seguro. Lo que pasó con todos nosotros, y con otros.

 

Reflexiones sobre literatura y política

 

17/9/1968

 

La repentina certeza de que lo duro del camino es lo qué justifica la inflexibilidad total de los principios. Lo que ocurre es que todavía no "participo" a fondo porque no encuentro la manera de conciliar mi trabajo político con mi trabajo de artista, y no quiero renunciar a ninguno de los dos.

 

19/12/1968

 

Personalmente, es una evidencia que necesito retirarme momentáneamente de la escena. Mi libro no se escribirá solo, ni el editor seguirá pagándome indefinidamente. Necesito un aislamiento casi total.

 

Esa evidencia está producida además por mi estado de ánimo, por la abulia generalizada que me domina. Duermo hasta doce horas por día, consumo diarios y revistas en cantidades infinitas, etc. Incluso leo demasiados libros. Escribo menos de media página por día. Estoy cansado y derrotado, debo recuperar una cierta alegría, llegar a sentir que mi libro también sirve, romper la disociación que en todos nosotros están produciendo las ideas revolucionarias, el desgarramiento, la perplejidad entre la acción y el pensamiento, etc.

Tiene que ser posible recuperar la revolución desde el arte. La película de Octavio es un camino. Recuperar, entonces, la alegría creadora, sentirse y ser un escritor, pero saltar desde esa perspectiva el cerco, denunciar, sacudir, inquietar, molestar. Incluso el libro de David, aunque mal hecho, es un índice.

 

Puedo, incluso, incorporar la experiencia realizada en CGT, no como tema, sino como visión del mundo y las formas de lucha. El libro tiene que ser una denuncia, clara y diáfana, etc...

 

¿Podré? Cross my heart.

***********************************************************************************

 

Entrevista (Siete Días, 22/6/1969)

 […]

-¿Qué era ideológicamente Rodolfo Walsh antes de Operación Masacre?

 

-Hasta 1957 yo era nacionalista. Aunque jamás fui antiperonista, cuando se produjo la caída de Perón estuve de acuerdo con el hecho. El primer suceso que me hace pronunciar políticamente es lo que sucede a partir de Operación Masacre. Allí se me caen un montón de vendas e ilusiones. Es cierto que empieza como una curiosidad periodística, pero el comienzo mismo fue tan transformador que desde un principio me sentí haciendo otra cosa: cumpliendo una función política más o menos consciente. Por otra parte, en 1959 viajé a Cuba, donde estuve un año y pico. Allí vi por primera vez una revolución en acción, me interesé por la teoría revolucionaria, empecé a leer algo -no mucho-, descubrí una línea que perdura hasta hoy.

 

-¿Cómo se definiría ideológicamente?

 

-Evidentemente, tengo que decir que soy marxista, pero un mal marxista porque leo muy poco: no tengo tiempo para formarme ideológicamente. Mi cultura política es más bien empírica que abstracta. Prefiero extraer mis datos de la experiencia cotidiana: me interno lo más profundamente que puedo en la calle, en la realidad, y luego cotejo esa información con algunos ejes ideológicos que creo tener bastante claros.

 

-¿Ha renunciado a la literatura?

 

-De ninguna manera. Lo que probablemente suceda cuando escriba una novela es que recogeré en ella parte del material, del espíritu, de la denuncia de mis libros anteriores. Durante años he vivido ese vaivén entre el periodismo y la literatura, y creo que se alimentan y realimentan mutuamente: para mí son vasos comunicantes. Creo que en mis notas sobre los frigoríficos ó los obrajes, por ejemplo los contactos que hice implicaban posibilidades literarias futuras, al margen de que confirmaban mi militancia política.

 

-¿Por qué, entonces, no escribió una novela?

 

-De alguna manera, una novela sería algo así como una representación de los hechos, y yo prefiero su simple presentación. Además uno no escribe una novela sino que está dentro de ella, es un personaje más y la está viviendo. A mí me parece que los fusilamientos y la muerte de García tienen más valor literario cuando son presentados periodísticamente que cuando se los traduce a esa segunda instancia que es el sistema de la novela.

 

-Sin embargo usted tiene una novela empezada.

 

-Es cierto, y en este momento me inspira grandes nostalgias. Volver a ello no depende de mí sino del mundo exterior. Si sobreviniera una de esas épocas tranquilas o de estancamiento que me permitiera escribir, lo haría porque quiero escribir. No es que busque pretextos -como dicen por ahí- para no escribirla. En este momento vivo un movimiento oscilante entre el periodismo de acción, que me exige estar en la calle, escribir con grandes apuros y terminar, tal vez, un capítulo o dos en un día, y el repliegue para escribir ficción. Entonces escribo con gran dificultad cinco líneas por día y recupero el tiempo que no he podido leer.

 

-Pero hay quienes dicen que Rodolfo Walsh es incapaz de escribir una novela.

 

-Lo que pasa es que mi novela se complicó mucho porque abarca épocas diferentes. A medida que la iba escribiendo encontraba dificultades ocultas. Comprendí que ignoraba muchas de las cosas que quería decir Y no me quedó más remedio que buscarlas. Leer, releer, investigar, buscar testimonios: un enorme trabajo de documentación. Yo creo que sí puedo escribir una novela, pero lo que está en crisis -al menos en lo que a mí atañe- es el concepto mismo de la novela. Es decir, toda la novela, lo que podríamos llamar las relaciones falsas del género como tal.

 

-¿Cuáles son esas relaciones falsas?

 

-En el plano técnico, de realización, lo que más me molesta son las falsas articulaciones de la novela tradicional, sus convencionalismos. En Vargas Llosa, por ejemplo, me molesta lo ficticio de las relaciones entre una historia y otra; si uno agarra las cuatro o cinco historias de La casa verde puede preguntarse qué verdadera relación hay entre ellas, y por qué el autor no escribió cinco cuentos de cien páginas cada uno. Yo postulo que el nexo no puede darse por el parentesco entre personajes ni tampoco por la voluntad del autor, que también es un nexo. Más que la continuidad de los personajes, me interesa la continuidad de ciertas situaciones históricas.

 

-¿Por qué empleó técnicas distintas en sus libros `periodísticos'?

 

-En Operación Masacre yo libraba una batalla periodística "como si" existiera la justicia, el castigo, la inviolabilidad de la persona humana. Renuncié al encuadre histórico al menos parcialmente. Eso no era únicamente una viveza; respondía en parte a mis ambigüedades políticas. ¿Quién mató a Rosendo? en cambio, es una impugnación absoluta del sistema y corresponde a otra etapa de formación política.

*******************************************************************************

 

Entrevista de Ricardo Piglia (marzo de 1970)

 

[…] 2. CONTRA UNA CONCEPCIÓN BURGUESA DE LA LITERATURA

 

-Otra cosa que me interesa ver es la relación entre cuento y novela, digamos en términos generales esta especie de novela fragmentaria que vos proponés. Es una novela que se va leyendo en textos discontinuos, es el lector quien reconstruye distintos momentos que van formando una sola historia y a la vez, cierta particularidad en la estructura narrativa que siempre se ordena alrededor de una acción breve; incluso relatos largos, como cartas, están armados sobre pequeñas situaciones. Yo no sé si vos has pensado sobre esto.

 

-Sí, yo he pensado cosas muy contradictorias según mis estados de ánimo o, en fin, pasando por distintas etapas. El mayor desafío que se le presenta hoy por hoy y que se le presenta sistemáticamente a un escritor de ficción es la novela. Yo no sé bien de dónde procede eso, por que ésa exigencia y hasta qué punto la novela es la forma más justificable porque hasta cierto punto tiene una categoría artística superior, aunque hay excepciones; a Borges, por ejemplo, nadie le pide una novela. Por otro lado esto nos lleva a un problema mucho más general sobre el cual habría que indagar, es decir no he terminado de convencerme ni de desconvencerme. Habría que ver hasta qué punto el cuento, la ficción y la novela no son de por sí el arte literario correspondiente a una determinada clase social en un determinado período de desarrollo y en ese sentido y solamente en ese sentido es probable que el arte de ficción esté alcanzando su esplendoroso final, esplendoroso como todos los finales, en el sentido probable de que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción, exijan /un nuevo tipo de arte más documental, mucho más atenido a lo que es mostrable. Eso me preguntaron, me hicieron la pregunta cuando apareció el libro de Rosendo. Un periodista me preguntó por qué no había hecho una novela con eso, que era un tema formidable para una novela. Lo que evidentemente escondía la noción de que una novela con ese tema es mejor o es una categoría superior a la de una denuncia con ese tema. Yo creo que esa concepción es una concepción típicamente burguesa, de la burguesía y ¿por qué? Porque evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir se sacraliza como arte. Ahora, en el caso mío personal, es evidente que yo me he formado o me he criado dentro de esa concepción burguesa de las categorías artísticas y me resulta difícil convencerme de que la novela no es en el fondo una forma artística superior; de ahí que viva ambicionando tener el tiempo para escribir una novela a la que indudablemente parto del presupuesto de que hay que dedicarle más tiempo, más atención y más cuidado que a la denuncia periodística que vos escribís al correr de la máquina. Creo que es poderosa, lógicamente muy poderosa, pero al mismo tiempo creo que gente más joven que se forma en sociedades distintas, en sociedades no capitalistas o en sociedades que están en proceso de revolución, gente más joven va a aceptar con más facilidad la idea de que el testimonio y la denuncia son categorías artísticas por lo menos equivalentes y merecedoras de los mismos trabajos y esfuerzos que se le dedican a la ficción y que en un futuro, inclusive se inviertan los términos: que lo que realmente sea apreciado en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o del documento, que como todo el mundo sabe admite cualquier grado de perfección. Es decir, evidentemente en el montaje, en la compaginación, en la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas.

 

Digo eso porque pienso en trabajos como el de Barnet, por ejemplo, no tanto en el segundo como en el primero, Biografía de un Cimarrón, e inclusive aquí mismo, cuánta gente hay que la historia de cuya vida uno contaría con mucho gusto realmente y sin limitaciones en cuanto a lo que podés conseguir; por eso yo te digo que es muy probable, con esto no se trata de firmar el certificado de defunción de la novela o de la ficción, pero es muy probable que se pueda caracterizar a la ficción en general como el arte literario característico de la burguesía del siglo XIX y XX principalmente, y por lo tanto no como una forma eterna e indeleble sino como una forma que puede ser transitoria. En este sentido es necesario volver siempre y tomar como marco de referencia las cosas que a uno le hicieron creer, y no hablo de las cosas que a uno le hicieron creer cuando iba a la escuela, sino de las cosas que a uno le hicieron creer después, cuando era grande y empezaba a escribir, a relacionarse con la literatura y cosas que a uno lo condicionaron, lo frustraron, lo inhibieron y son frustraciones e inhibiciones que llegan hasta el día de hoy por más que uno se las sacuda hasta cierto punto. ¡Cuando pienso en las imbecilidades que realmente uno oyó repetir durante décadas y que incluso tímidamente repitió o no refutó acerca de la relación entre el arte y la política! Pensar que aquí hasta hace poco tiempo hubo quien sostenía que el arte y la política no tenían nada que ver, que no podía existir un arte en función de la política, una cosa que formaba una vez más parte de ese juego inconsciente en la medida que las estructuras sociales funcionan también como inconscientes; es parte de ese juego destinado a quitarle toda peligrosidad al arte, toda acción sobre la vida, toda influencia real y directa sobre la vida del momento. Yo hoy pienso que no sólo es posible un arte que esté relacionado directamente con la política, sino que como retrospectivamente me molesta mucho esa muletilla que hemos usado durante años, yo quisiera invertir la cosa y decir que no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del momento que se vive en un país dado, si no está eso para mí le falta algo para poder ser arte. No es una cosa caprichosa, no es una cosa que yo simplemente la siento, sino que corresponde al desarrollo general de la conciencia en este momento, que incluye por cierto la conciencia de algunos escritores e intelectuales y de que realmente se va a ser muy clara a medida que avancen los procesos sociales y políticos, porque es imposible hoy en la Argentina hacer literatura desvincula-da de la política o hacer arte desvinculado de la política, es decir si está desvinculado de la política por esa sola definición ya no va a ser arte ni va a ser política.

 

Por eso, lo que yo dije antes no debe tomarse como un descarte aislado de las formas literarias tradicionales de la novela, del cuento, para reemplazarlos siempre y definitivamente por el testimonio, pero sí pienso que va a haber que usar esas formas de otra manera. Pienso que ya no se van a poder usar inocentemente con una serie de convenciones que prácticamente ponen a toda la historia en el Limbo; me siento capaz de imaginar, no digo de hacer una novela o un cuento que no sea una denuncia y que por lo tanto no sea una presentación sino una representación, un segundo término de la historia original sino que tome abiertamente partido dentro de la realidad y pueda influir y cambiarla usando las formas tradicionales, pero usándolas de otra manera.

 

Por otra parte es evidente que el solo deseo de hacer propaganda y agitación política no significa que vayas a elegir la literatura para desacreditarla, es decir, porque hay otras maneras: si por ejemplo el cuero o el tiempo no te dan podés hacer política de otra manera, no necesitas ponerte a escribir una mala novela que le dé la razón a la derecha, que diga: "ven, esos tipos no saben escribir novelas".

[…]

 

-Digamos que de algún modo entonces lo que hay que enfrentar al mismo tiempo es una idea de la literatura.

 

-O por lo menos desacralizarla un poquito, porque evidentemente Occidente ha hecho del escritor una imagen tan monstruosa como la de la actriz: es la puta del barrio. Son sagrados los tipos. Ahora, para desacralizar a los tipos tenés que cuestionar todo, para la utilidad de lo que están haciendo y sobre todo para poder desafiarlos con su propia ambigüedad, salvo Borges, que preservó su literatura confesándose de derecha, que es una actitud lícita para preservar su literatura y él no tiene ningún problema de conciencia. Vos viste que desde la derecha no hay ningún problema para seguir haciendo literatura.

 

Ningún escritor de derecha se plantea si en vez de hacer literatura no es mejor entrar en la Legión Cívica. Solamente se plantea el problema de este lado; entonces vos tenés que hablar, tenés que decir eso con los escritores de izquierda. Hay un dilema. De todos modos no es tarea para un solo tipo, es una tarea para muchos tipos, para una generación o para medía generación volver a convertir la novela en un vehículo subversivo, si es que alguna vez lo fue. Desde los comienzos de la burguesía, la literatura de ficción desempeñó un importante papel subversivo que hoy no lo está desempeñando, pero tienen que existir muchas maneras de que vuelva a desempeñarlo y encontrarlas. Entonces, en ese caso, habrá una justificación para el novelista en la medida en que se demuestre que sus libros mueven, subvierten. Por otro lado mientras uno está fuera de todo contacto con la acción política, ya sea directa o por el medio que te rodea, uno está alienado en el concepto burgués de la literatura. Sos un inocente en realidad, vos estás en realidad compitiendo con estos tipitos a ver quién hace mejor el dibujito cuando en realidad te importa un carajo, porque vas a estar compitiendo con estos tipos... hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo las manejás es un abanico o es una pistola y podés utilizar la máquina de escribir para producir resultados tangibles, y no me refiero a los resultados espectaculares, como es el caso de Rosendo, porque es una cosa muy rara que nadie se la puede proponer como meta, ni yo me lo propuse, pero con cada máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda.

*********************************************************************

 

Carta abierta de un escritor a la Junta Militar

 

  1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.

 

El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.

El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.

 

Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser nacional” que ustedes invocan tan a menudo.

 

Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

 

  1. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.

 

Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.

 

Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.

 

De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.

 

La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el “submarino”, el soplete de las actualizaciones contemporáneas.

 

Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.

 

  1. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y en horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga.

 

Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.

 

Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55 en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la comisaría de Ciudadela forman parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.

 

Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civilizadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los hechos por los cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados, simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas según la doctrina extranjera de “cuenta-cadáveres” que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.

 

El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates reales es asimismo una evidencia que surge de los comunicados militares que en un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 o 15 heridos, proporción desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada por un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tuvieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.

 

Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a prevenir a la guerrilla y a los partidos de que aun los presos reconocidos son la reserva estratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica o el humor del momento.

 

Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky, detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.

 

El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército que manda el general Suárez Masson, revela que estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes planifican en sus estados mayores, discuten en sus reuniones de gabinete, imponen como comandantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta de Gobierno.

 

  1. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.

 

Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles” según su autopsia.

 

Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.

 

Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.

 

En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea 7, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre “violencias de distintos signos” ni el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.

 

La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas de asilados en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.

 

La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.

 

Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de Prensa Libre Horacio Novillo apuñalado y calcinado, después que ese diario denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.

 

A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”.

 

  1. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.

 

En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.

 

Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.

 

Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la “racionalización”.

 

Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.

 

Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar “el país”, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.

 

Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.

 

  1. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S. Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.

 

Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.

 

El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el “festín de los corruptos”.

 

Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.

 

Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.

 

Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

 

Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022

 

Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.

*****************************************************************

 

Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados, y eso me gustó.

 

Nací en Choele-Choel, que quiere decir "corazón de palo". Me ha sido reprochado por varias mujeres.

 

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

 

Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y otro nos dejó como única herencia. Éste se llamaba "Mar Negro", y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero ésta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.

 

Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.

 

Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.

 

Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.

 

La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sí en la diversión y el dinero. Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie. Operación masacre cambió mi vida.

 

Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística, En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.

 

En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.