Strindberg / EnquistSe presentan en este volumen dos obras teatrales con un denominador común: August Strindberg. La primera le pertenece como autor y la segunda como personaje protagonista bajo la mirada de otro autor: Per Olov Enquist, quien fabula en ella  un imaginario encuentro entre seres reales: el escritor sueco, su ex mujer y la actual compañera de ésta. Strindberg fue un hombre en guerra perpetua contra su amor a la vida. Quería bañarse de humanidad, pero en cuanto sus pies se acercaban a la orilla de otras existencias, sentía –de forma inevitablemente patológica- la corriente fría de un mar glacial. Y una vez más se quedaba sólo. Es curioso que un tipo de este talante haya terminado por hablar tan claramente a la inmensa mayoría aunque, eso sí, de lo que nos habla este individuo es de la parte más dolorosamente privada de nuestra inmensa semejanza.

 

Por Blanca Suñén

 

    “Comedia onírica”, está plagada de las contradicciones que conformaron a su autor. Empezando por su título, ya que se refiere a una comedia, cuando sólo podría serlo al modo de Dante. Desde el infortunio se alcanza la regeneración. Pero en este caso, no hay en la humanidad tal restitución. Ni así vista es una comedia legítima, aunque tenga auténtica gracia por momentos. La confusión, el odio, la estupidez, la sinrazón del deber, el odio y la monotonía no dejarán de moldear al ser humano. No hay perdón de los pecados ni resurrección de la carne.
    Pero será ese confuso horror diario que vive en los mortales lo que mueva a compasión –que no a comprensión- a su protagonista.

 

La hija de Indra desciende de los cielos para convertirse en mujer y tratar de averiguar qué causa el llanto de los hombres. Tras su viaje inicial –mitad accidental, mitad elegido- llega a nuestra tierra que, para el autor, se sitúa en un lugar dónde “tiempo y espacio no existen: sobre una insignificante base de realidad, la imaginación hila y teje nuevos dibujos mezcla de recuerdos, vivencias, puras invenciones, absurdos e improvisaciones” y en el que la vivencia dramática compartida por el lector-espectador y los personajes de la obra “intenta imitar la forma incoherente aunque aparentemente lógica de los sueños”.

 

    El Abogado, El Poeta, El Oficial, La Portera, El Cristalero,... son los nombres dados a los personajes. La humanidad en general. Tan sólo un par de mujeres tienen nombre propio. Victoria y Kristin: la primera es la amada que jamás corresponderá al Oficial y sí a otros hombres, y la segunda es una estúpida mujer sin más que hacer en escena que pegar papel engomado en las grietas. “Si se abriera el cielo, tratarías de pegar la grieta”, le dice El Poeta casi al final de la obra. Pero en esta pieza, la famosa misoginia de Strindberg no es ningún eje argumental. En realidad, no deja títere con cabeza, ni hombre ni mujer, aunque él asegura que “Comedia onírica” está recorrida por “un aire de melancolía y compasión por todo lo vivo”. Pero es la compasión de un hombre absolutamente crítico con sus congéneres y, claro está, con él mismo. El Poeta no es un personaje mejor que los demás. El dolor alcanza a todos por igual. Lo dice el personaje de La Madre:”¡Uf, qué vida! Cuando tienes un bello gesto y actúas generosamente siempre hay alguien que lo encuentra feo... si le haces un bien a alguien, le haces, al mismo tiempo, un mal a otro. ¡Uf, qué vida!”.
    La felicidad de un hombre es la desgracia de otro: una convivencia imposible.

 

Escrita entre 1901 y 1902, después de “La Señorita Julia” y “Los Acreedores” – de la que, con su peculiar opinión sobre su propia obra, decía que era "humana, agradable, con tres personajes simpáticos"- antes de la tercera parte de “El Camino de Damasco” –la más semejante a ella en estructura junto a “El viaje de Pedro el Afortunado”, y el resto de las por él llamadas “peregrinaciones dramáticas”, que van punteando su obra-  y antes de “Sonata de Espectros” o “El Pelícano”, preludia en su estructura lo que será el Teatro del Absurdo, y nos indica ese afán  por encontrar una hechura dramática que defina al hombre y sus fantasma caníbales, tan característica de Strindberg.

Plantea a lo largo de toda la obra conflictos sin solución, ya que se presentarán una y otra vez bajo diferentes formas y distintas circunstancias. La Hija de Indra será el hilo que unirá las frustradas ilusiones de los hombres sufriéndolas en carne propia. Pero ni ella ni el resto de los personajes se verán sometidos a ningún tipo de lógica naturalista: las confrontaciones permanecen abiertas hasta el final de la pieza, el lector-espectador no recibe la satisfacción de saber cómo, dónde, cuándo y por qué el personaje alcanza sus objetivos. No existe tal concepción de los objetivos dramáticos:”El sueño, el libertador, se comporta a menudo como verdugo, pero cuando más fuerte es la tortura, se presenta el despertar y reconcilia al sufriente con la realidad que, por muy siniestra que pueda ser, sin embargo, en ese instante, es un placer comparada con los dolorosos sueños”.
    El deseo se persigue en el sueño, y al despertar se diluye en la conformidad de un presente en el que no existe la felicidad y la pena se nombra de mil formas.

 

    En deuda con el autor sueco queda el Ionesco de “El rey se muere”; el Arrabal del Teatro Pánico; el Claudel de “Juana de Arco en la Hoguera”, o el García Lorca de “El Público”. Eugene O’Neill, con gran parte de razón, se refirió a él calificándole como "precursor de toda la modernidad de nuestro presente teatro". Fue diferente incluso practicando el naturalismo.

 

    Tanto pudo abarcar Strindberg –lo naturalista, lo absurdo, lo simbólico, lo surrealista, lo expresionista- que nada quiso saber de Aristóteles, mezclando en esta obra lo cómico con lo dramático, lo bufo con lo trágico, lo real con lo fantástico y lo patético con lo más niveladoramente humano. Lo vivido con lo soñado.
    Al modo de Valle-Inclán, mira a sus creaciones frente a frente, como iguales y, por eso precisamente, nadie sale bien parado y nadie resulta bien amado.
    Un hombre difícil que escribió su obra “a fuerza de puñetazos” como bien dijo Kafka.

 

    Una profunda oscuridad ilumina de forma deslumbrante toda la obra: "Quiero escribir de forma hermosa y luminosa, pero no me está permitido; no lo consigo. A decir verdad, estoy comprometido con ello como con un deber horrible: la vida es indeciblemente desagradable".

 

    Puede resultar revelador leer esta extraña pieza que en los años veinte fue puesta en escena por directores tan fundamentales -y tan diametralmente opuestos- para la historia del espectáculo teatral como Max Reinhart o Antonin Artaud.
    Y es que contiene a lo largo de su acción momentos singularísimos y  muy acertados en la manera de proyectar escénicamente los sentimientos y las características de los personajes que pululan por tan extraño mundo. Es teatro y es espectáculo. Imagen formidable y palabra enternecida, cruelmente depurada.

 

     Aún disfruta de buena salud allende nuestras fronteras, pero nunca ha sido estrenada aquí. Desgraciadamente para todos, pertenece a un tipo de función que no tiene cabida en nuestras carteleras nacionales: teatralmente posee una imaginación, una riqueza y una indisciplina demasiado desbordantes para las –salvo magníficas excepciones- estrechas miras de la escena actual española.

 

    La obra que completa el volumen, “La noche de las tríbadas”, está escrita por Per Olov Enquist. Este texto sí se ha representado muchas veces en nuestro país, y sigue haciéndose. Yo asistí a su estreno en Madrid, allá por el año 1978 en la desaparecida Sala Cadarso, siendo todavía una estudiante de teatro. Fue la primera vez que disfruté del sobresaliente hacer del Teatre Lliure, y de la interpretación de dos de las mejores actrices españolas, que ya es ser mucho: Muntsa Alcañiz y Anna Lizarán. Digo todo esto por que en la pieza de Enquist prima lo teatral sobre cualquier otra circunstancia. ¿Cómo se traduce esto? Pues en que adquiere su auténtica dimensión sobre las tablas de un escenario. Mal dirigida puede resultar de una ingenuidad apabullante, pero bajo una sabia dirección –la del añorado Fabiá Puigserver, en el caso del Lliure- aflora toda la fuerza que oculta. Es lo que suele llamarse un “teatro de actores”.

 

    Per Olov Enquist, sueco como Strindberg, es también como él un autor prolijo y variado. Novelista, dramaturgo, ensayista, y guionista (“Pelle el conquistador” o “Los creadores de imágenes”) tiene sin embargo una forma de afrontar su vida literaria muy diferente a la de su personaje-persona.  Basten sus bromas sobre la no concesión del Premio Nobel siendo un hijo de la patria, y baste recordar la mortificación que esto producía en Strindberg –igualmente hijo de la patria- a quien le fue concedido tan sólo, en los últimos días de su vida y gracias a una exitosa colecta popular, el Antipremio Nobel. Tras una constante lucha contra público e instituciones, más de 60.000 personas acudieron a su entierro.
    Al contrario que a Enquist, en vida su actividad literaria no le dio más que disgustos. El enorme éxito profesional del primero, galardonado en Francia, Alemania, Gran Bretaña, Suecia, Italia..., y con una obra teatral traducida a más de veinte idiomas, facilita la autopsia del segundo. Y esto es algo muy sano para “La noche de las tríbadas”, ya que la distancia que marca a ambos escritores libra a la pieza de falsas subjetividades e idealizadas identificaciones por parte de su autor.

 

    Presenta esta obra a un Strindberg profundamente herido. Está situada en el Dagmar Teater, de Copenhague a semejanza del Intima Teater, el modesto teatro experimental que fundó el propio autor para representar sus obras de cámara. Su acción transcurre en un momento en el que nadie quería saber nada de él. Volvía de un doloroso exilio en París en dónde no escribió demasiado y se dedicó a sus experimentos de química, concibiendo la descabellada idea de –otra vez el Premio Nobel- ser reconocido como un gran científico por la Academia Sueca.  Andamos alrededor del año 1907 y acaba de escribir su novela “Banderas negras” que desata las iras del mundo literario contra su persona y su obra. En estas fechas y bajo semejantes circunstancias, la prensa teatral y sus críticos fueron demoledores con el Intima Teater.

   

    Encima del escenario, Enquist sitúa a la actriz y ex mujer de Strindberg, Siri von Essen; a la supuesta amante de ésta, Marie Caroline David; y al hipotético director de la obra, el actor Viggo Schiwe.
De lo que es verdad o mentira en todas las afirmaciones que salen de la boca de los personajes, solo reconocemos algo: el dolor por lo vivido les hace hablar de esa forma, herirse y echar sal sobre las llagas, pero también reconocemos que el perdón y la mutua comprensión podría llegar a producirse.
Aunque ya es demasiado tarde. Strindberg está a punto de escribir sus “Opus” y de llegar a lo más oscuro de la existencia. La visión de Enquist se sumerge en la de su protagonista real: la felicidad de una persona es la desgracia de otra.
     La convivencia humana está condenada al fracaso.

 

     Estos tres seres que nacen escénicamente heridos, y el cuarto, Viggo Schiwe, a quien se le herirá a lo largo de la obra hasta la más profunda de las humillaciones, ensayan una pieza de Strindberg: “La más fuerte”. Pieza concebida por éste en 1889  para Siri von Esse cuando aún eran marido y mujer. Tres años después se divorciarían, tras una nada feliz vida en común. El rencor del autor se multiplica, ya que dice escribir teatro sólo para que su mujer pueda ser actriz. Así lo hace saber en una carta: “Quiero decirle, con franqueza, que mi interés por el teatro se mueve en torno a un sólo punto y tiene un único objetivo: ¡La carrera de actriz de mi mujer! ¡Ese es mi interés por el teatro! Lo que tengo que decir lo puedo decir mejor en una novela que en una obra teatral, pero escribo por mi esposa piezas teatrales”.
     Cuando la obra se desarrolla ya nada hay entre ellos, pero el hombre considera que la mujer le sigue perteneciendo como persona y como actriz. Y su humillación se multiplica ante lo que considera una aberración: la íntima y tierna amistad entre su ex mujer y la orgullosamente alcoholizada Marie Caroline David. ¿Son amantes las dos mujeres? Strindberg no lo duda ni un momento, pero para el espectador no es relevante. Al espectador lo que se le hace notable es que se trata de dos personas que se han rescatado la una a la otra del infierno en el que ha caído Strindberg. Se aman sí, más no importa de qué modo. Eso queda para ellas.

 

    El hecho de ensayar “La más fuerte” es una buena decisión de Enquist para llevar de la mano de una inevitable e infantil mezquindad “strindbergdiana” el desarrollo de la trama. En “La más fuerte”, dos mujeres –una de ellas en un papel mudo- han quedado en un café para luchar por el amor de un hombre ausente, al que ambas desean para sí.  Strindberg se adjudicará ese papel latente, y lo ansiará encarnar para que lo vivan estas dos protagonistas: su ex mujer y la que él cree es su actual amante. Odia a ambas con furia y pretende humillarlas de este modo. Pero la estrategia le falla. La estrategia es tan débil que no se sostiene en forma alguna. Entonces los insultos y las ofensas se desatan con una saña inútil.
    Es algo más que teatro dentro del teatro: es dolor dentro del dolor. Es amor, lamentablemente desperdiciado.

 

    Ya decíamos al principio de esta crónica que se trata de una obra teatral que hay que dirigir –y en consecuencia ser interpretada- con mucha sabiduría escénica. Si los sentimientos que se proyectan hacía el espectador no son los adecuados de entre todos los que abruman a los personajes, y se eligen los más epidérmicos, la obra hablará únicamente de las pataletas de tres niños frustrados. Pero si lo que aflora es ese dolor no asumido que lacera e impide llegar a las caricias balsámicas, sean estas del tipo que sean, la pieza de Per Olov Enquist alcanza la altura que encierra en sus escenas. Esa especie de histeria infantil, será lo que ha de ser: la paranoia de unos seres que entre el fracaso, los venenos legales e ilegales, los sueños que nunca se lograron, el miedo propio y el ajeno, tratan de recoger lo poco que ha dejado a salvo el naufragio de sus sentimientos.
Sobre lo que pudo ser, pero que nunca más será la vida.

 

    En 1902, año precisamente en el que Strindberg termina de escribir “Comedia onírica”, a la que denominó como su “pieza más querida, hija de mi más profundo dolor”, escribió a Harriet Bosse -su tercera esposa, también artista... ¡aclamada actriz de cine y teatro, retirada a mediados de los años cuarenta!, en quien por cierto dijo inspirarse para concebir el personaje de la Hija de Indra, protagonista de su “Comedia onírica” y de la que se separó dos años después (¿qué le pasaba a este hombre?)- “El teatro no es más que... ¡Pose! ¡Superficialidad!... ¡Odio el teatro! ¡Me da asco!”.

 

     Lo que nuca supo es que sin él, el teatro no se hubiera planteado su necesidad de cambiar, porque los sueños no hubieran impuesto una lógica teatral mil veces más verosímil que la aclamada por las reglas, y que como protagonista de “La noche de las tríbadas” se convertiría en uno de los personajes de ficción más políglotas y más representados del siglo XX.
Siempre acompañarán a Strindberg tan extraordinarias contradicciones. Como persona y como personaje.
     Algo realmente duro para un hombre que odiaba el teatro.


 

Ficha:

 

August Stringberg, “Comedia onírica”
Per Olov Enquist, “La noche de las tríbadas”
Nórdica Libros. 2007
229 páginas